-¡Vamos! Déjate de cumplidos... ¿No soy yo tu viejo Roff, como
tú serás siempre mi buen Olaff, es decir, el mejor y más querido amigo de mi
juventud! ¡Ah! demasiado lo sé... El tiempo pasa, y los dos hemos cambiado un
poco en treinta años; pero el corazón se mantiene joven, y siempre hay un
rinconcito para aquellos a quienes se supo amar cuando se comía a su lado el pan
de los veinte años. ¿No es verdad, amigo mío?
Y el doctor reía con la mejor gana, estrechando las manos del
maestro, que por su parte tenía los ojos humedecidos por las
lágrimas.
-¡Querido amigo, mi buen doctor! decía Malarius; a fe mía que
me colmas de satisfacción; pero supongo que no hemos de quedarnos aquí; voy a
dar licencia a estos perillanes, que seguramente no lo llevarán a mal, y
pasaremos a mi casa...
-Nada de eso, repuso el doctor volviéndose hacia los alumnos,
que observaban con vivo interés los detalles de esta escena; yo no debo
molestarte en tus trabajos, ni tampoco interrumpir los estudios de esa hermosa
juventud... Si quieres complacerme, me permitirás sentarme aquí a tu lado, y
continuarás tu lección...
-No hay inconveniente, contestó Malarius; pero, a decir verdad,
ya no tendré la cabeza para hablar de geometría, y después de haber indicado que
dejaré libres a estos tunantes, no quisiera retirar la palabra... Pero hay un
medio de conciliarlo todo; el doctor Schwaryencrona se dignará hacer a mis
discípulos el honor de interrogarles sobre sus estudios, y después les daremos
asueto por hoy.
-¡Excelente idea!... ¡Convenido!... ¡Heme aquí transformado en
inspector de escuelas! repuso el doctor.
Así diciendo, instalóse en el sillón de maestro, y añadió,
dirigiéndose a toda la clase:
-Vamos, ¿cuál de vosotros es el discípulo más aprovechado?
-¡Erik Hersebom! Contestaron sin vacilar unas cincuenta voces
infantiles.
-¡Ah! ¿Es Erik Hersebom?... Pues bien, amiguito: ¿quieres
acercarte aquí?