Su semblante, sonrosado y risueño, revelaba la mayor dulzura; y
él también llevaba antiparras, a través de las cuales su mirada no era tan
penetrante como la del doctor, pareciendo que sus ojos azules
contemplaban todas las cosas con inagotable benevolencia.
Ningún escolar recordaba que el señor Malarius hubiese
castigado nunca a uno solo de sus discípulos, lo cual no impedía que se le
respetara a fuerza de amarle, porque tenía los más nobles y generosos
sentimientos, y todos lo sabían muy bien. Nadie ignoraba en Noroé que en su
juventud había alcanzado las más brillantes notas en los exámenes, y que también
hubiera podido obtener grados, llegar a ser notable en una Universidad de primer
orden y conquistar honores y fortuna; pero tenía una hermana, la pobre Cristina,
enfermiza y achacosa, que por nada del mundo hubiera consentido en abandonar su
pueblo, pues temía morir en la ciudad, y el Sr. Malairius se sacrificó
generosamente para no separarse de ella. Por eso aceptó las humildes funciones
de maestro de escuela; y más tarde, unos veinte años después, cuando Cristina
exhaló el postrer aliento bendiciendo a su hermano, el Sr. Malarius,
acostumbrado a su vida oscura e ignorada, ni siquiera pensó en adoptar otra.
Ocupado en trabajos personales, de los que no daba conocimiento al mundo,
complacíale en el más alto grado ser un maestro modelo, tener la escuela mejor
montada del país, y, sobre todo, salir del dominio de la enseñanza primaria para
elevarse a la superior. Agradábale profundizar los estudios de sus mejores
discípulos e inciarlos en las ciencias, en las literaturas antiguas y modernas,
y en todo lo que está generalmente reservado para las clases ricas o acomodadas,
y no para los pescadores y campesinos.
-¿Por qué, se preguntaba, no ha de ser bueno para unos
lo que es para otros? Si los pobres no pueden disfrutar de todos los placeres de
este mundo, ¿por qué rehusarles el de conocer a Homero y Shakspeare, de saber el
nombre de la estrella que les guía y el de la planta que huellan con sus pies?
¡Demasiado pronto vendrá el oficio a oprimirles con su mano de hierro,
encorvándolos sobre el surco del arado! ¡Dejémosles por lo menos beber durante
su infancia en esas puras fuentes, participando del patrimonio común a todos los
hombres!