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«Desde mi primera juventud me
he sentido siempre monje, pero monje sin monasterio, es decir, sin muros, salvo
los del planeta entero. E incluso éstos -así me lo parecía- tenían que ser
trascendidos -probablemente por inmanencia- sin llevar un hábito o, si acaso,
con los vestidos comunes a todos los miembros de la familia humana. Y también
esos vestidos debían ser descartados, porque todos los vestidos culturales no
son más que revelaciones parciales de aquello que ocultan: la desnudez pura de
la trascendencia total, visible solamente a la mirada simple de los limpios de
corazón».
Pues bien, alguien que desde su primera juventud se ha sentido monje sin
monasterio, define así el Ser monje:
«Por monje, entiendo aquella persona que
aspira alcanzar el fin último de la vida con todo su ser, renunciando a todo lo
que no es necesario para ello, es decir, concentrándose en este único y singular
objetivo. Precisamente esta singularidad, o más bien la exclusividad del fin que
rehúsa todos los demás fines subordinados, aunque legítimos, distingue al camino
monástico de todos los demás caminos espirituales hacia la perfección o
salvación. El monje desea ser liberado, y está tan concentrado en eso que
renuncia a los frutos de su acción, distinguiendo lo real de lo que no lo es, y
por eso está dispuesto a seguir la praxis necesaria. Si en cierto sentido se
supone que todo el mundo aspira al fin último de la vida, el monje es el más
radical y exclusivo en su cometido. Todo lo que no sea medio hacia ello es
ignorado; todo lo que no sea el camino es marginado. »Pienso que el monje es
la expresión de un arquetipo, arquetipo que constituye una dimensión
constitutiva de la vida humana. Este arquetipo es en cada persona una cualidad
única que a la vez necesita y rechaza la institucionalización. Esta concepción
ha sido siempre una creencia básica de toda tradición. Los grandes monjes se han
sentido siempre preocupados cuando el monje ha sido una figura reconocida por el
mundo y ha recibido la bendición de la sociedad. El monje es una figura
altamente personal. Por eso la tradición ha considerado al eremita -el
idiorrítmico- como el monje perfecto. »Mi hipótesis es que lo monacal, es decir, el arquetipo del
cual el monje es una expresión, corresponde a una dimensión de lo humano, de
modo que todo ser humano tiene potencialmente la posibilidad de realizar esa
dimensión. Lo monacal es una dimensión que tiene que ser integrada a otras
dimensiones de la vida humana para conseguir lo humano. No sólo de pan vive el
hombre. Arquetipo, para mí, representa literalmente un «tipo fundamental», es
decir, un constituyente básico o relativamente permanente de la vida humana.
Puede también significar algo que está escondido en la naturaleza humana, porque
es causa y efecto de nuestro comportamiento básico y nuestras
convicciones».
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