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Generalmente se asocia la incertidumbre con falta de
conocimiento, con una medida de nuestra ignorancia. Sin embargo, este parece ser
un prejuicio derivado de la modernidad. Descartes buscaba certeza, entendiéndola
como claridad y distinción. Consideraba que la certeza era el fundamento del
conocimiento científico. Sin embargo, hay gente que reduce la incertidumbre
mediante la fe. El saber, por otra parte, en la medida en que aporta distinción
pero no claridad, sólo puede darnos un grado de probabilidad, pero no una
absoluta seguridad sobre lo que va a acontecer. Podríamos decir incluso que el
saber científico disminuye la incertidumbre sólo en aquellos aspectos de la
realidad con respecto a los cuales ya poseemos certeza, y que para aquellos que,
debido a su no linealidad, generan incertidumbre, sólo establece una
configuración global que reajusta cuanto lo desee una vez que el hecho está por
pasar o ya ha pasado a su plena presencia, como podemos verlo en las
modificaciones que sufren día a día el pronóstico meteorológico, verdadero
Aquiles que persigue a la tortuga de lo real sin poder darle alcance, hasta que
ella simplemente ya está allí, al lado suyo, sin poder decir cómo pasó.
Podemos afirmar, entonces, que la incertidumbre tiene que ver con una
limitación necesaria del alcance de nuestra conciencia plena. Esa conciencia
sufre de una tensión que la lleva a intentar extenderse hacia las zonas de
sombra, debido a la homeostasis a la que tiende necesariamente el dominio de la
representación, de lo escópico -cuyo estudio detallado es el aporte de la
fenomenología-, y lo hace mediante dos estrategias alternativas. Una, la
científica, crea un mapa de los contornos diferenciados de la presencia plena y
los prolonga hacia los horizontes de incertidumbre. Introduce así exactitud, una
exactitud formal que es incapaz de llevar al presente las sensaciones que
llenarán esos horizontes. Otra estrategia, la "intuitiva", ilustra
imaginariamente esos horizontes, dándoles una claridad sensorial de la que ellos
carecen. Esa última ilustración puede ir acompañada de la voluntad de que esos
horizontes alcancen finalmente la satisfacción alucinada por la reactivación de
la huella mnémica dejada por el objeto que había producido una satisfacción
anterior, o de la certeza de que alguna voluntad ajena puede tener control sobre
dicha ilustración, y nuestra voluntad puede influir sobre esa otra "voluntad
superior". También puede superponer su ilustración a la presencia plena que no
coincide con ella, a través de una negación de la realidad. Para poder
entender cómo funciona la dinámica de la incertidumbre, sería bueno aclarar
nuestra realidad concreta como individuos humanos finitos que poseen el
reconocimiento de sus limitaciones. Ese "saber que no se sabe" está ausente en
el estado que Kierkegaard llama "inocencia". En el hombre, el descubrimiento de
la sexualidad se acompaña de la certeza de caducidad, es decir, del
descubrimiento de su desnudez ante un mundo desertificado, donde la leche y la
miel no fluyen de la tierra. La inocencia, entonces, se pierde, no vivimos en el
paraíso, el mundo es, como diría Heidegger, un ámbito inhospitalario. Y eso aun
cuando, como decía Hegel y repetía Marx, a través de su trabajo el hombre
convierte lo extraño en familiar, se apropia de la naturaleza, en la cual se
siente arrojado como en medio de lo extraño. Ese trabajo genera mecanismos
inéditos que reintroducen la incertidumbre. Por ese motivo, Simmel sostenía que
la cultura es una segunda naturaleza. Esto nos lleva a la idea de que todo
intento por eliminar la incertidumbre necesariamente fracasa. Así que la única
manera de enfrentarse a ella es aceptarla. Claro que, como la incertidumbre
genera ansiedad, y la ansiedad es desagradable, se puede intentar eludirla a
través de la instauración de una falsa certeza. La solución científica al
problema de la incertidumbre, tiene sus raíces en dos fuentes: por un lado, en
la astronomía como modelo de fiabilidad predictiva, debido a la insistencia del
retorno de los astros, fiabilidad que tiene como consecuencia necesaria el
intento por extenderla al ámbito humano a través de la astrología. Por otro
lado, en la magia, entendida como una técnica para generar un destino favorable
a las propias expectativas. La primera de estas líneas ha conducido al
desarrollo de la teoría o contemplación, la segunda, al ámbito de la poiesis o
creación. Ambas, sin embargo, son productivas: taponan el agujero que genera la
ansiedad acerca del futuro, son maneras alternativas de eliminar en lo posible
la categoría de lo "accidental", de la tyché, dentro del ámbito de nuestro
pensamiento, reduciendo al mínimo la tensión psíquica que ella
genera.
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de Daniel Omar Stchigel
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