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Andrés Monterol, su padre, era el capataz de la hacienda Cimarrón, un hombre de tez blanca con el rostro curtido por el sol, y donde las muchas arrugas le hacían lucir un mayor número de años sobre los cuarenta que tenía recién cumplidos. Era de carácter rudo, tal vez por su mismo oficio. De muy poco hablar y lo suficientemente hosco en su trato con la gente como para que le tuvieran mucho recelo, aunque muchos decían que su actitud era una máscara, un escudo para esconder una personalidad mucho menos severa. Lo cierto es que Andrés casi nunca sonreía, aunque ante el nacimiento de Chofi algunos decían haberle visto sonreír y hasta aguársele los ojos por momentos. Tal vez fuese cierto, dado que ya tenía dos varones y, muy en el fondo de su corazón, ansiaba tener una hija, la primogénita, y a pesar del pronóstico de su cuñada, a quien llamaba "la loca" y a quien menospreciaba, siempre mantuvo la ansiedad hasta el momento del alumbramiento. Ese día, una mañana de sol radiante, nomás la partera tuvo entre sus manos a Chofi, se tomó dos largos tragos de aguardiente y, de la misma manera, con un brillo especial en sus ojos, celebraba con cada uno que venía a verla, terminando el día con una fuerte borrasca, cosa desacostumbrada en él. Ernestina Reviro, su mamá, era una linda morena, algo gorda pero de buena figura y porte recio, de esas mujeres de paso firme y retrechero que tantas miradas captan de los hombres. Era una típica llanera, incansable en su trajinar; preparaba todos los días las comidas de su gente, se encargaba de ayudar a sus hijos con las tareas y siempre estaba presta a montar a caballo, ayudando a su esposo a buscar entre los pastizales a las reses extraviadas. Era diez años más joven que Andrés, a quien amaba profundamente, pero con quien no temía discrepar cuando no coincidía con sus criterios. No fumaba ni tomaba alcohol, a diferencia de su hermana Rosa que fumaba tabaco y tomaba ron y aguardiente, aunque sólo cuando estaba en funciones de trabajo. Creía a pie juntillas en todo lo que hacía y decía su hermana y se molestaba mucho con Andrés cuando éste se refería a ella despectivamente. "Mira que Rosa te puede echar una vaina, y si no lo ha hecho es porque eres mi marido, no busques problemas, Andrés", le advertía Ernestina con frecuencia.
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