Restons! L'étoile vagabonde
Dont les sages ont peur loin,
Peut-être, un emportant le monde,
Nous laissera dans notre coin!
El cometa no viene a exterminarnos. Sigue agitando su cabellera
merovingia ante la cara respetable de la luna, y continúa sus aventuras
donjuanescas. Tiende a Marte una estocada y se desliza como anguila por entre
los anillos de Saturno. ¡Míralo! Sigue lagartijeando en el espacio,
bombardeado por las miradas de la Osa. Reposa en la silla de Casiopea y se ocupa
en bruñir el coruscante escudo de Sobieski. El Pavo Real despliega el
abanico de su cola para enamorarle, y el ave indiana va a pararse en su hombro.
La Cruz Austral le abre los brazos, y los Lebreles marchan obedientes a su lado.
Allí está Orión, que le saluda con los ojos, y el fatuo
Arturo viéndose en el espejo de las aguas. Puede rizar la cabellera de
Berenice, e ir, jinete en la Jirafa, a atravesar el Triángulo boreal. El
León se echa a sus pies y el Centauro le sigue a galope. Hércules
le presenta su maza y Andrómeda le llama con ternura. La Vía
Láctea tiende a sus pies una alfombra blanca, salpicada de relucientes
lentejuelas, y el Pegaso se inclina para que lo monte.
Pero vosotras no lo poseeréis, ¡oh estrellas
enamoradas! Ya sabe lo que otros de sus compañeros han perdido por
acercarse mucho a los planetas. Como los hombres cuando se enamoran, se han
casado. Perdieron su independencia desde entonces, y hoy gravitan siguiendo una
cerrada curva o una elipse. Por eso huye y esquiva vuestras redes de oro;
¡es de la aurora! Miradle cómo espía a su rubia amada por la
brillante cerradura del Oriente. El cielo empieza a ruborizarse. ¡Ya es de
día! Las estrellas se apagan en el cielo, y los ojos que yo amo se abren
en la tierra.