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De oro, así es la cauda del cometa. Viene de las
inmensas profundidades del espacio y ha dejado en las púas de cristal que
tienen las estrellas muchas de sus guedejas luminosas. Las coquetas quieren
atraparle; pero el cometa pasó impasible, sin volver los ojos, como
Ulises por entre las sirenas. Venus le provocaba con su voluptuoso parpadeo de
medianoche, como si ya tuviera sueño y quisiera volver a casa
acompañada. Pero el cometa vio el talón alado de Mercurio, que
sonreía mefistofélicamente, y pasó muy formal a la
distancia respetable de veintisiete millones de leguas. Y allí le veis.
Yo creo que en uno de sus viajes halló la estrella de nieve, a donde
nunca llega la mirada de Dios, y que llaman los místicos infierno. Por
eso trae erizos los cabellos. Ha visto muchas tierras, muchos cielos; sus
aventuras amorosas hacen que las Siete Cabrillas se desternillen de risa y
cuando imprima sus memorias veréis cómo las comprarán los
planetas para leerlas a escondidas, cuidando de que no caigan en poder de las
estrellas donceIlitas. Tiene mucha fortuna con las mujeres: ¡Es de
oro!
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Consiga Los amores del cometa de Manuel Gutiérrez Najera en esta página.
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