En efecto, el mariscal de la nobleza recordó que
también él había incurrido en algún pecadillo de esa
naturaleza. En cuanto se marchaba el gobernador, ordenaba: "¡Eh,
venga el tarantás!", y se largaba a la aldea. Y allí se
estaba sin preocupaciones hasta que la Superioridad lo llamaba de nuevo al
cumplimiento del deber. Unicamente, por pura fórmula, al pasar frente a
la vivienda del vicegobernador, entraba un momento a ver al substituto del
gobernador y convenía con él:
-Le ruego encarecidamente, Arefi Ivánich, que si ocurre
algo, ¡me mande a escape un mensajero!
-¡Qué ha de ocurrir! ¡Váyase
tranquilo!
Coche de viaje, generalmente cerrado.
-Bueno, adiós; mis saludos a Kapttolina
Serguélevna. ¡Arrea, cochero!
Y desaparecía veloz.