-Sin embargo, estará usted de acuerdo conmigo en que si
el diablo no lo hubiera llevado allá, todo habría seguido su curso
normal y no habría ocurrido ningún "algo". En todo caso,
no habría nadie metido en presidio. Pero en cuanto se presentó,
apareció el "algo"...
-¡Ay, Vuecencia, no todos los alcaldes rurales son
iguales! Por ejemplo, en nuestra provincia...
-No siga, escúcheme. Yo no me refiero a las personas ni
quiero lucirme ante usted con bonitas paradojas. Conozco por experiencia propia
esas músicas y puedo ponerme de ejemplo a mí mismo. Cuando yo
salgo de la provincia, ¿qué es lo que ocurre de pronto?- Apenas
cruzo sus límites, empieza instantáneamente a purificarse el aire
en toda la provincia. El jefe de policía no galopa, los comisarios de los
distritos de la ciudad no corren, los guardias urbanos no muestran su celo.
Hasta esos simplotes que no tienen una noción exacta de mi existencia,
notan como si se hubieran liberado de algún alifafe que les
producía dolores por todas partes. ¿Qué es esto, un
sueño?, pregunto yo, No, señor mío. Lo que ocurre es que mi
substituto no puede hacer todo lo que yo puedo hacer y, por consiguiente, esta
diferencia hace que tanto los funcionarios como los vecinos sientan alivio. Pero
en cuanto vuelvo otra vez a mi puesto, comienza de nuevo el revuelo, el
estrépito, los viajes, las carreras... Quienes iban despacito con gorra
de plato, corren ahora con sombrero de tres picos; quienes vivieron a sus anchas
durante un mes, caen de nuevo en el abatimiento: todos ven en perspectiva un
laberinto interminable, odioso... En fin, ¡qué le voy a explicar a
usted! Seguramente, usted mismo lo habrá experimentado también en
parte...