Ambos quedaron un instante pensativos.
El mariscal de la nobleza fue el primero en salir de su
ensimismamiento. Por lo visto, no estaba aún muy desesperanzado y en su
mente maduraban ya nuevas preguntas: ¿Y la moralidad pública?
¿Y la instrucción? ¿Y las ciencias? ¿Y las artes?
Pero el gobernador, como si adivinara sus pensamientos, le miró tan
severamente, que el mariscal de la nobleza se limitó a decir:
-¿Y el abastecimiento público?
-¿No le da a usted vergüenza? -le preguntó
de sopetón el gobernador, en vez de responderle.
El mariscal de la nobleza se puso colorado. Recordó que,
a principios del año, había recorrido los términos
municipales y demás como presidente del Zemstvo. Lo recordó y
avergonzóse.
-Sí, ¿será posible que, en definitiva...?
-exclamó, y de pronto algo le vino a la memoria-:
¡Permítamel Ahí tiene un objetivo: ¡Cooperar a la
unión de la sociedad!
-¿De qué sociedad me habla?
-De la de aquí.
-Hum... ¿De modo que usted piensa que yo uno a la
sociedad de aquí?