Año 1963
Me casé en la iglesia de La Merced, donde
había tomado mi primera comunión y adonde yo siempre
iba. Era invierno. El 27 de junio de 1963. Un día frío pero hermoso.
Entré en la iglesia acompañada
de mi papá, tocaban el Ave María. Me acuerdo que me emocioné y cuando llegué al
altar y fui recibida por mi novio y el cura empezó la ceremonia, comencé a
temblar. Desde allí nos fuimos a sacarnos las fotos y luego al salón de fiestas.
Era
notable, en la mesa de regalos había solamente sobres blancos que contenían
dinero. Para eso había una razón, nos íbamos a los Estados Unidos. Como éramos
pobres, no podíamos comprarnos la casa en la Argentina.
La fiesta estuvo linda,
transcurrió en un ambiente ameno y familiar. Y luego pasaron seis meses y en
enero de 1964 nos fuimos a los Estados Unidos.
El viaje no me cayó bien. Era
la primera vez que iba en avión, pero me restablecí. Paramos en México por una
noche y allí acompañamos a una señora a una joyería. Decían que las perlas en
México eran más baratas. Ella compró un collar.
Luego empezamos nuestro viaje a
California. Cuando pasé delante del oficial de Aduana, nos dijo en español
"Bienvenidos". Allí afuera y con las dos valijas, esperamos que nos vinieran a
buscar. Nos ayudó un argentino, un señor bueno. Y después de allí, a nuestro
destino, que era la casa de unos amigos.
No estuvimos mucho, enseguida
compramos un departamento.
Mi marido empezó en un
restaurant, levantando los platos, como ayudante de camarero. Después consiguió
trabajo en otro lugar.
El dueño del lugar donde
vivíamos era buena gente; tanto él como su familia, muy buena gente. Nosotros
nos estábamos por ir, porque nos parecía que el alquiler era caro, entonces él
se apareció un día y dijo que tenía un trabajo para mí, que podía ir caminando.
Me llevó en su coche a ver al dueño de la fábrica y allí me tomaron.
Empecé puliendo platos. Era
pleno verano. Salía con todo lo que largan los platos, llegaba a mi casa, iba
directamente al baño, a lavar la ropa y a bañarme pero estaba contenta porque
tenía un trabajo. Estuve ahí nueve meses hasta que me avisaron de un trabajo
enfrente: una electrónica.
Fui; el que mandaba hablaba
español. Muchas personas hablaban español ahí y me tomaron. Y después entró mi
marido también a ese lugar. Ya las cosas pintaban bien.
Pasó un tiempo y murió mi
suegro, entonces mandamos a llamar a mi suegra para que se distrajera. Con ella
recorrimos mucho California. Los días que no trabajábamos nos íbamos a muchos
lados. Conocimos bastante. Se quedó un tiempo largo con nosotros, como nueve
meses, y se fue repuesta.