Un guardián del orden acaba de pasar y se ha vuelto para
no ver al niño.
«Otra calle más... ¡oh, qué ancha es!
¡Seguro que me van a aplastar aquí! ¡Cómo gritan
todos, cómo corren, cómo ruedan... y luces y más luces!
¿Y esto qué será? ¡Oh, qué vidrio grande! Y
detrás de este vidrio un cuarto, en ese cuarto un árbol que sube
hasta el techo; es el árbol de nochebuena... ¡Y cuántas
luces hay debajo del árbol! ¡Cuánto papel de oro y manzanas,
rodeados de muñecos, de caballitos! Hay muchos niños en el cuarto,
bien vestidos, muy limpiecitos; ríen, juegan, comen, beben cosas.
Aquí una Micuela que baila con otro chico: ¡qué linda es la
chiquita! Allá, la música que se oye a través del
vidrio.
El niño contempla admirado y ríe; ya no siente el
dolor de los dedos ni de los pies, los dedos de su manita se han puesto
cárdenos, no los puede doblar y le hacen mal al intentarlo. De pronto
siente que le duelen los dedos: llora y se aleja. Divisa, a través de
otro cristal, otra habitación y más árboles y pasteles de
toda clase sobre la mesa; almendras rojas, amarillas. Cuatro hermosas damas se
hallan sentadas y alguien llega, entran muchos señores. El chico se ha
deslizado, ha abierto de pronto la puerta y se ha colado. ¡Oh,
cuánto ruido hacen al verle, qué agitación! Al punto una
dama se levanta, le pone un kopeck en la mano y le abre ella misma la puerta.
¡Qué miedo tuvo!