Por el río Negro. Tuapessassú. Lunes, 9 de julio.
No hubo mucho descanso esa noche, pero
gozamos plenamente el hechizo siempre poético, renovado e indescriptible del concierto nocturno en medio de la selva. El canto de mil voces variaba en infinitas modulaciones a través de las oscuras lloras. Empezaron los sapos con su croar que sólo hacen oír en época de celo. Siguieron luego una especie de ranitas lisas que sirven de alimento a los indios salvajes. A las dos de la madrugada, oímos los silbidos de los Jupará, osos arborícolas de los bosques del río Negro.
A bordo, cierta alimaña estuvo escarbando y rascando toda la noche cerca de m¡ cabeza. Por supuesto, con la atención concentrada en aquel ser invisible que se movía entre nuestros sacos y en la conciencia el recuerdo de los escorpiones del trópico y sus picaduras a menudo mortales, me fue imposible conciliar el sueño.
También nos cayó encima un
aguacero de corta duración. Un vapor de la -Companhia do Amazonas
limitada- pasó jadeando aguas abajo y vino a justificar nuestra acertada decisión de anclar cerca de la orilla y no en el derrotero posible de embarcaciones mayores. Entre las cuatro y cinco de la mañana empezó la actividad a bordo del -Corta-agua-. Una canoa tripulada por pescadores tapuios que la impulsaban mediante pagaias (remos cortos) emergió cual un pespectro de las tinieblas. A los gritos de nuestra gente, los indios La remaron hacia nosotros y por su mediación nos orientamos sobre el lugar donde habíamos echado anclas. Estábamos muy cerca de la choza en la que hubiéramos podido pernoctar. Poco a poco, empezó a amanecer y nuevamente aparecieron grandes bandadas ni de golondrinas nocturnas que cruzaron en vuelo irregular sobre nuestro barco. Así como habían sido las últimas aves en darnos las buenas noches, las bacuraus fueron las primeras en saludarnos al romper el nuevo día. Con el avance de la claridad se acalló el concierto de los batracios. Nada más maravilloso que la purpúrea salida del sol tras el cinturón de la selva, después de haber palidecido lentamente el cielo estrellado más maravilloso aún con los claros resplandores.