-¡No podemos digerir tus ideales! -decían al
liberal las personas expertas-. No estamos preparados para ellos, ¡no los
resistiremos!
Y se ponían a enumerar sus inconsistencias y ruindades
con tanto detalle y claridad, que el liberal, por muy doloroso que le fuera,
veíase obligado a reconocer que en su empresa había realmente
algún yerro fatal: no cabía en los calzones, y asunto
concluido.
-¡Oh, qué triste es esto! -se lamentaba del
destino.
-¡Estrafalario! -le consolaban las personas expertas-
¡Vaya un motivo para llorar! ¿Qué es lo que quieres?
¿Asegurar el porvenir a tus ideales? Si es así, no te lo
Impediremos. Pero no te precipites, ¡por los clavos de Cristo!
Si no logras conseguir en lo posible, ¡conténtate
con conquistar algo como mínimo! Pues incluso ese algo como mínimo
también tiene su valor. Despacito, poquito a poquito, sin prisas
caminando y a Dios rogando, se va lejos, y cuando quieras darte cuenta,
¡ya habrás puesto la planta en el templo de los dioses! En ese
templo, desde su construcción, no ha entrado nadie, y tú, sin
más ni más, lo verás... Agradéceselo al
Señor.
¿Qué remedio quedaba? Tuvo que resignarse
también a esto. Si no lograba en lo posible, procuraría arrancar
algo como mínimo, y dar las gracias por ello. Así procedió
en efecto el liberal, y pronto se habituó tanto a su nueva
situación, que él mismo se asombraba de lo tonto que era al pensar
que se podían alcanzar otros límites. Y toda suerte de
comparaciones vinieron en su ayuda. "Hasta el grano de trigo -decía-
no da fruto inmediatamente, y también se hace rogar. Primero hay que
sembrarlo en la tierra; luego, esperar a que realice su proceso de
disgregación; después, da un brote, que crece y se convierte en
tallo; más tarde, espiga. Ya veis a través de cuántos
prodigios tiene que pasar el grano antes de dar fruto con creces. Lo mismo
ocurre en la búsqueda de los ideales. Si has sembrado algo como
mínimo, siéntate y espera."