Mas aquello era poco, y el liberal no se limitaba a los nobles
pensamientos, sino que ardía en deseos de realizar buenas acciones. Su
sueño dorado consistía en que el rayo de luz que caldeaba su
pensamiento rasgase las tinieblas circundantes, las iluminase y
embriagará de benignidad a todo lo viviente. Consideraba hermanos a todos
los hombres, y a todos les llamaba por igual a deleitarse a la plácida
sombra de sus amados ideales.
Pese a que aquel afán de trasladar los ideales de la
esfera del Empíreo al terreno de la práctica olía un poco a
fraude, el liberal se mostraba tan lleno de ardor y, al propio tiempo, tan
amable y cariñoso con todo el mundo, que incluso se le perdonaba de buen
grado la posible fraudulencia. Sabía decir la verdad con la sonrisa en
los labios, hacerse el cándido cuando era menester y presumir de
desinteresado. Pero lo mejor de todo era que nunca exigía nada por la
tremenda y siempre se limitaba a en lo posible.
Claro que, dado su extraordinario celo, la expresión en
lo posible no era muy halagüeña, pero el liberal transigía
con ella; primeramente en bien del interés general, que para él
estaba siempre en primer plano, y en segundo lugar, para preservar a sus ideales
de un fin prematuro y estéril. Además, sabía que los
ideales que le animaban tienen un carácter demasiado abstracto para
ejercer en la vida una influencia directa. ¿Qué es la libertad, el
bienestar material y la iniciativa personal? Todo eso son términos vagos
a los que es preciso dar un contenido plenamente tangible para llegar al
florecimiento social. Estos términos, conjugados, pueden educar a la
sociedad y elevar el nivel de sus creencias y esperanzas, pero son incapaces de
traernos la ventura de sentir la abundancia, palpable, inmediata, desbordante.
Para lograr esa ventura. para hacer asequible a todos el ideal, es preciso
fraccionarlo en menudencias y, ya en esta forma, aplicarlo como remedio de los
males que abruman a la humanidad. Y al cambiar el ideal por menudencias se forma
por sí sola esta expresión de en lo posible, la cual consta de dos
partes contiguas; una de ellas obliga, en determinada medida, a renunciar al
encastillamiento, y la otra, a reducir en gran medida nuestras exigencias.