-¡Callate!
El eco se pierde en su cabeza.
-¡Callate, que la vas a despertar!
Noelia se calla.
La mano se separa de su boca y baja por el cuello, despacio. Esa
piel seca y tibia va en busca de sus pechos recientes. Se detiene ahí, en su
pezón. Se demora en caricias lentas. Baja arremolinándose hasta el pubis, juega
con los vellos noveles. Un par de dedos bajan aún más, donde la humedad los
recibe. Y tocan y siguen tocando.
Noelia no quiere, pero el cuerpo se afloja, las piernas se
separan. Algo la va inundando suavemente. Deja hacer. Cierra los ojos.
La cama se hunde por el nuevo peso. Su bombacha recorre el camino
de la rendición. Aprieta las sábanas, muerde la almohada. Sabe que dolerá. Y
mucho.
La muñeca cierra los ojos, la mochila se estremece.
La noche tiene estas cosas. Es todo tan extraño, tan nuevo.
Cuando Noelia se queda sola, una ola negra la mece y se pierde en
otras brumas hasta que el ruido del despertador le dice que el sol ya está, que
puede abrir los ojos tranquila.
Que ya pasó.