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Basta hacer un recorrido por la historia económica reciente para ver como a lo largo de cualquier década desde la segunda mitad del pasado siglo, sólo una tercera parte de los países emergentes han logrado crecer a una tasa de crecimiento anual del 5% o superior. Menos de un cuarto han mantenido ese ritmo durante dos décadas y la décima parte durante tres décadas. Sólo seis países (Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Hong Kong) han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos de ellos (Corea del Sur y Taiwán) durante cinco décadas. De hecho, durante la última década –con excepción de China e India– todos los demás países que consiguieron mantener una tasa de crecimiento del 5% era la primera vez que lo hacía. Ahora bien, de la lectura de las páginas de este libro se desprenderá una pregunta que implícitamente nos dejan sus autores: ¿qué podríamos esperar de gobiernos que más allá de su etiqueta progresista llegaron al poder por la vía electoral? Es ahí donde Lora y Lao abren una no tan nueva pero interesante reflexión, pues entienden que la democracia electoral no es más que una herramienta creada para garantizar los intereses de las élites burguesas y la centralidad del Estado ante la sociedad. Llegados a este punto, “con la iglesia hemos topado Sancho” diría Don Quijote en el aquel bellísimo capítulo IX de la obra maestra escrita por Cervantes. Quizás valga la pena nuevamente recuperar el viejo pensamiento anarco-comunista ruso, cuando planteaban que lo que viciaba a la revolución era la burocracia y el Estado. Cuenta Isaac Deutscher al respecto en documento titulado Las raíces de la burocracia que “cuando Kropotkin deseaba mostrar la profundidad de la corrupción moral de la revolución francesa, explicaba cómo Robespierre, Danton, los jacobinos, y los hebertistas se pasaron de revolucionarios a hombres de Estado”. Y cierto es, quedando de forma sobreentendida en este libro, que la fuerza de la burocracia no es otra cosa que el reflejo de la fragilidad de la sociedad. Lora y Lao nos explican como los petistas brasileños, al igual que sus partners progresistas en la región, confiaron en “la capacidad del Estado para la definición de las geoestrategias económicas nacionales”, ignorando la inexistencia de contradicción entre Estado y capitalismo. Sería allá por 1878, en los manuscritos del Anti Dühring, cuando el viejo Engels aseveraría que “el Estado mismo, cualquiera que sea su forma, es esencialmente una máquina capitalista, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal”. Un siglo después y ya mediante máquina de escribir, Fernand Braudel añadiría que “el capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es Estado”. Y dos décadas mas tarde, por medio de los teclados de las primeras computadoras domésticas, Wallerstein remataría la cuestión agregando que “el Estado es un elemento que forma parte del funcionamiento del sistema capitalista”, de modo muy particular en su fase monopólica-imperialista. En resumidas cuentas y citando en esta ocasión al amigo Claudio Katz, “no hay mercados fuertes sin estados fuertes” y por lo tanto no estamos hablando de conceptos antagónicos.
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Consiga Brasil: fracaso del lulismo y emergencia de alternativas de Jorge Lora Cam y Waldo Lao Fuentes en esta página.
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