Después, como si el acontecimiento anterior hubiese sido
una premonición, y hasta pasados los años cincuenta, una parte de mi experiencia
estuvo relacionada con sucesos o personas que directa o indirectamente tenían o
habían tenido que ver algo con el maquis. Pero aquellas historias que me
contaban personas solventes, o el conocimiento directo de algunos guerrilleros
que llevaban una doble vida y que por su personalidad y comportamiento
enriquecieron mis conocimientos y mi carácter, dejaron de interesarme cuando alcancé esa edad torpe y confusa
que se llama juventud.
Por eso se excitó mi curiosidad y mi memoria esa tarde
en Nogalejos, como si algo que había estado dormido cerca de veinte años, se despertase con violencia y ansias de
aprovechar el tiempo perdido.
Volví a casa de Marcial en tres ocasiones. Después, la intensidad que alcanzó la lucha política desvió mi interés y
actividad a otras acciones.
No importaba, Marcial me había contado con grandes
detalles el drama de Lola; el resto, lo supe años después. A Lola no volví a
verla nunca más. Desde entonces, perdieron interés para mí las ideas, los
objetivos de la lucha y las grandes gestas de los guerrilleros, sólo me preocupó el sufrimiento de sus familias, que ha pasado desapercibido, de manera incomprensible,
durante todos estos años.
Y es que de la vida, el hombre saca a relucir los hechos
y los ejemplos que suscitan la envidia
de otros hombres, y el dolor, sobre todo el dolor de los humildes, provoca poco
desasosiego en los demás.
Pero, vayamos
a la historia, que, como la mayoría de las que se escriben, tendrá más de
leyenda que de verdad.