-Treinta y tres,
señora.
-Entonces no sabes nada de la vida, hijo,
y menos de las consecuencias que origina la política. ¡Dejadlo estar, que ya ha corrido bastante
sangre!
Al oír esto, la curiosidad se
tornó en alarma y la miré con un gesto que dejaba entrever la sorpresa y el
asombro.
-Lo siento, señora -le dije-, pero debo advertirle
que nosotros lo que pretendemos es eso, que en España nunca más se vierta una gota
de sangre. Y queremos conseguirlo implantando una democracia como la que existe en el
resto de los países europeos, no trabajamos para otra cosa y menos para crear problemas a
nadie.
Ella enmudeció y siguió afanada en su labor.
Yo di media vuelta y me dirigí con mi anfitrión a la calle intentando encontrar una
explicación.
-No le hagas caso, ha sufrido y aún sufre
mucho.
-Lo lamento, lo que menos pretendía era molestar a alguien en su propia
casa.
-Es mi vecina Lola. Vive aquí al lado,
pero no te preocupes. Si la conocieras quedarías encantado con ella. No suele tratar así a
la gente, salvo si se trata el tema de la política. En esa cuestión
es implacable. Ten en cuenta que es seguramente la mujer que más ha sufrido en este
pueblo.
-Pero, ¿por
qué? Hace ya muchos años que terminó la guerra. Ya casi todo el mundo ha
olvidado. El propio Régimen se está abriendo. Lo más probable, cuando yo llegue
a casa esta noche, es que en la puerta me esté esperando un inspector de
policía. Siempre es el mismo, salvo cuando realizo reuniones más masivas en
pueblos, que el que informa es de la capital. Este otro es el de siempre, me
dará las buenas noches y me preguntará: "¿Qué tal, como se ha dado el día hoy?"
Y yo le contaré mi versión, claro está, sin darle datos, que a él parecerán ya
no importarle, pero sabrá que a partir de las seis de la tarde que salgo del
colegio he hecho lo que casi todos los demás días: proselitismo para mi partido.
Él lo tomará como una rutina más y se marchará. Eso, hace un año solamente, era
imposible.