A mí me tendió un papel
con tres nombres, al tiempo que me decía sin tapujos:
-Procura visitarlos pronto, son gente de confianza.
-De acuerdo, Javier. Intentaré hacerlo la semana que viene. Esta
semana tenemos deporte en el colegio después de las seis.
-¡Ah!, dales un abrazo de mi parte y no les aprietes demasiado. Son
gente mayor, y dos de ellos lo pasaron bastante mal.
-Descuida, ya me voy acostumbrando a las excusas y
negativas. Creo que no debemos pedirle peras al olmo, y sólo el hecho de que nos escuchen
con paciencia en su propia casa es motivo de satisfacción.
Después fue dando mensajes concisos y alentadores a cada uno de los
presentes, mientras nos despedía con una palmada en la espalda.
Don Javier Paulino era un hombre muy comprometido con la
vida, con la medicina y con la política; superaba con optimismo y entereza
las pruebas a las que se le iba sometiendo en la posguerra por su condición de aviador
republicano. Fue amigo y el mejor colaborador de Enrique Tierno.
Le llamaban los de la competencia "la Virgen de Fátima", sólo porque
tenía buen ojo clínico y era generoso con los enfermos.
Remontó su propio destierro en Villamayor de Calatrava estudiando más que nadie para poder
sobrevivir. Al final consiguió ver su estrella, alcanzarla, y desde ella nos observa siempre vigilante, aunque con
un cierto estupor por algunas de las cosas que ocurren.
Su
recuerdo deja surcos profundos en la tierra de los hombres.
Cada vez que nos veíamos, me recomendaba a algún conocido suyo para
que le visitase en su casa y tratara de incorporarlo a la causa, que no era otra
que la que representaba entonces el Partido Socialista del Interior.