Levantó la mirada y los bigotes, limpiándose las
gotas de sopa de su chaqueta y chaleco.
-¿De veras comen tanto? -preguntó Fräulein
Stiegelauer-. ¿Sopa y pan de levadura y carnes, de cerdo y té y
café y compota de frutas, y miel y huevos, y pescado frío y
riñones y pescado caliente y bifes de hígado? ¿Y las
señoras comen también, en especial las señoras?
-Claro que sí. Yo mismo lo he notado, cuando
vivía en un hotel en Leicester Square -exclamó Herr Rat. Era un
buen hotel, pero no sabían preparar té... Ahora...
-Ah, eso sí es algo que yo sé hacer -dije
riendo alegremente-. Sé preparar un té buenísimo. El gran
secreto está en calentar la tetera.
-Calentar la tetera -interrumpió Herr Rat, retirando su
plato de sopa-. ¿Y para qué calienta la tetera? ¡Ja!
¡ja! ¡Eso sí que está bueno! Uno no se come la tetera,
¿no?
Fijó sobre mí sus fríos ojos azules con
una expresión que sugería mil invasiones premeditadas.
-¿Así que ése es el gran secreto de su
té inglés? ¡Todo lo que hay que hacer es calentar la
tetera!.
Quería explicarle que ése era sólo un paso
preliminar, pero como no podía traducirlo me quedé callada.