I
LA
BÚSQUEDA DE LA REALIDAD RADICAL
Puesto que nos hemos decidido a hacer Filosofía vamos a empezar por una
pregunta radical. Una pregunta que de una u otra manera se va a repetir
continuamente en nuestro camino, es más, una pregunta que va a constituir en sí
misma ese nuestro camino, que nos va a guiar y por la que vamos a transitar a
partir de ahora. Preguntemos pues: ¿qué es lo que verdaderamente hay? Buscamos
una realidad radical de cuanto hay, lo que hay verdaderamente, la realidad
radical. Debemos, pues, a partir de ahora entender por realidad solo ese algo
primordial por el momento aún desconocido. Lo demás que hay lo hay pero no en
realidad, sino en apariencia o, en palabras de Ortega, "derivativamente"[1].
Necesitando de esa realidad radical vamos a echar un vistazo a
la Historia
de la
Filosofía y ver las respuestas que, a lo largo de los siglos,
los filósofos han dado a nuestra (ahora) pregunta. La primera respuesta que nos
encontramos reza más o menos así.
"La realidad o el ser consiste en las cosas y en su conjunto que llamamos
mundo"[2].
Es la posición tradicionalmente conocida como realista y que basa la realidad
de cuanto hay en las cosas. El término "cosa" representa en este caso ni más ni
menos que aquello que nos rodea, es decir, todo aquello que constituye nuestro
entorno sensible. pero muestro entorno sensible puede ser considerado también
como el mundo, por lo tanto la respuesta realista (o tesis, por decirlo
orteguianamente, y veremos que esta forma de decir no es gratuita) afirmaría que
la realidad radical última es el mundo. Nos encontramos ahora con que si la
realidad radical es el mundo, yo no soy sino un pedazo de ese mundo, soy algo
que está ahí, que forma parte del mundo y no tengo más realidad que la que
puedan tener las cosas del mundo.
"Yo soy, en última instancia o realidad, con éstas o las otras variante, como
es la piedra; algo que está ahí, que forma parte del mundo: 'ahí' significa en
el conjunto de las cosas; estar ahí es estar formando parte del mundo"[3].
El realismo, entonces, lo que viene a propugnar en última instancia es que
toso lo que es lo es solo como cosa. En este momento habríamos llegado, por
consiguiente, a una primera realidad: las cosas y su conjunto real. Lo que nos
lleva a decir que las cosas son la realidad radical es que están ahí en sí y por
sí; el conjunto de las cosas o mundo es todo lo que hay y yo formo parte de ese
mundo. Buscábamos una realidad radical y parece que la hemos encontrado, sin
embargo, es hora de someterla a crítica, y así nos preguntamos: una realidad
radical ha de ser una realidad última e indubitable, una realidad que no se
contenga en ninguna otra y que pueda servirnos realmente como base firme de
nuestro sistema de pensamiento; ahora bien, ¿es realmente indubitable que el
mundo de las cosas exista en sí y por sí, independientemente, por tanto, de
cualquier otra realidad?; ¿realmente si yo no viese, tocase o pensase las cosas
éstas seguirían existiendo? Como el mismo Ortega dice:
"Si haciendo un experimento mental yo me resto del mundo ¿queda el mundo,
queda la 'realidad mundo'?"[4].
Ante el par pensar-sentir que acaba de apareceros hemos de aclarar, antes de
seguir adelante, un punto fundamental: Ortega va a pasar a la subjetividad de la
mano de Descartes, lo cual quiere decir -y esto es crucial- que pasa a la
subjetividad del pensamiento. Sigamos ahora. Parece ser que la realidad
última del realista no supera esta primera crítica a la que la hemos sometido.
Si realmente yo puedo afirmar indubitablemente que el mundo está ahí, ante mí -y
ya esta simple expresión, "ante mí", complica una realidad distinta de la del
mundo- es precisamente porque lo toco, lo veo o lo pienso -es decir, porque está
"ante mí.- La consecuencia inmediata es que el mundo pasa automáticamente e
depender de otra unidad superior, del yo en cuanto vidente, pensante y
"tocante", de mi propia realidad. Es necesario que yo exista para que exista el
mundo; es necesaria la existencia de un sujeto que piense el mundo para que éste
exista. El mundo, pues, no es en sí y para sí, sino en mí y para mí. La realidad
de las cosas, ahora parece claro, no es la realidad radical, puesto que para que
ésta se de es necesaria la existencia de un sujeto que piense las cosas. Si
existe algo extramental, existe también una mente que piensa ese algo, pero
fuera de ese algo y en relación con él. Por lo tanto, antes de la tesis que
afirma la realidad del mundo hemos de poner aquella otra tesis que afirma la
realidad del pensamiento. Si es verdad que algo extramental existe, supone como
previa la verdad de que existe una mente, un sujeto que lo piensa. Esta segunda
realidad -la del pensamiento- anula por lo tanto a la primera -la de las cosas-.
Del mundo no nos queda más que una realidad clara: que existe el pensamiento. La
tesis realista simplemente se ha de subordinar a ésta o, lo que es lo mismo, nos
es necesario derivar la existencia del mundo de la existencia del
pensamiento.
Entramos así en la segunda posición que tomaron los filósofos con respecto a
la pregunta que nos hacíamos al.principio: estamos en el idealismo. Esta tesis
idealista es en última instancia más simple que la realista, ya que ésta última
lo que hace es añadir el mundo al pensamiento, mientras que el idealismo se
limita a eliminar el elemento innecesario, es decir, el mundo y pensar que la
existencia del pensamiento no implica el mundo más que en cuanto pensado.
Pero no olvidemos que lo que estamos buscando es una realidad radical sobre
la que empezar a hacer Filosofía (y aquí, ciertamente nos adelantamos a los
acontecimientos, puesto que de alguna forma podemos ya entrever que esa realidad
radical última será algo precognoscitivo). Ahora es el momento de ver si el
pensamiento es realmente esa realidad radical por la que estamos indagando.
Según hemos visto ya el realista tenía un mundo. Su labor teorética se dirigía a
averiguar como era ese mundo, que leyes le regían, pero de lo que no le cabía
ninguna duda era de que el mundo que investigaba ciertamente era, de que el
mundo estaba ahí sin más. El idealista, en cambio, se ha quedado sin mundo. Solo
tiene una realidad en la que apoyarse: el sujeto pensante, su propio
pensamiento. No se tratará ya de averiguar como es el mundo, sino de hacer el
mundo. Como dice Ortega:
"El idealista tiene que sacarse el mundo de su cabeza"[5].
No puede apoyarse en nada porque nada hay fuera de él. Hay, entonces, que
hacerse cuestión de la tesis idealista y ver si realmente podemos entronizar el
pensamiento como realidad radical. Parece ser que ahora, ciertamente, nos las
vemos con una realidad que no parece implicar ninguna otra. Que existan las
cosas que veo cuando no las veo resulta en cualquier caso dudoso. Pero lo que no
parece de ninguna manera dudoso es que cuando las veo realmente las estoy viendo
-parece una perogrullada pero no lo es-, que mi ver las cosas es absolutamente
real. Las cosas puestas en sí y por sí se nos aparecen problemáticas, dudosas;
sin embargo se muestran firmes y seguras cuando son puestas por mis
pensamientos. Las cosas no están ahí, sino que están en mí, en un sujeto
pensante. El pensamiento sería, pues, la materia de la que está hecho todo -y no
se entienda esto como una suerte de "materialismo"-, la realidad última y
radical. Y como cualquier otro algo que pudiera haber, para que lo haya
efectivamente, tiene que ser pensado por mí, parece claro que la realidad
pensamiento es, no solamente totalmente independiente de todas las demás, sino
también la primera y previa a cualquier otra. Tampoco, como se le objeta, la
tesis idealista se deja fuera a sí misma, ya que la afirmación de que la
realidad es el pensamiento, al ser a su vez un pensamiento, está incluida en sí
misma. Parece ser que la tesis idealista no ofrece fisuras por donde atacarla.
Pero si nos fijamos un poco veremos como el idealismo ha realizado una sutil
maniobra (hablando en términos militares) de distracción. Como por arte de magia
ha convertido todas las cosas -las que vemos, oímos y tocamos- en pensamientos.
Ahora bien, a pesar de que el pensamiento tenga diversas formas (conceptualizar,
imaginar, sentir) todas ellas, en última instancia, se remiten a un sujeto
pensante que tiene conciencia de un objeto. Y es aquí donde la tesis idealista
empieza a tener problemas, puesto que los atributos de un objeto no son ni mucho
menos lo mismo que la conciencia o pensamiento que el sujeto tiene de ese
objeto. Los objetos son extensos y están en el espacio, sin embargo, el
pensamiento es inextenso e inespacial[6]. A pesar de todo el idealismo se hace cargo de esta
dificultad y se coloca en el brete fundamental de explicar como siendo el
pensamiento, esto es, la realidad radical, algo inextenso e inespacial hay sin
embargo cuerpos espaciales y un mundo extenso.
Según postulan los idealistas, nuestra mente, al entrar en contacto con un
objeto, se encontraría en dos situaciones distintas: cuando yo veo una cosa, y
en tanto que la veo, solo existe para mí como tal cosa, es decir, como extensa y
espacial. En este momento nos hallaríamos dentro de la posición realista, puesto
que hay una cosa independiente de mí, y que existe en sí y por sí. Cuando yo
estoy viendo algo no hay mi ver ni mi pensamiento[7]; el pensamiento aparecerá cuando yo abandone el objeto y
me de cuenta por medio de otro acto mental de que en el instante inmediatemente
anterior -es decir, cuando veía el objeto- he ejecutado un pensamiento de ese
objeto. Ahora si que puedo decir que hay pensamiento. Pero cuando advierto que
lo que hay es pensamiento o conciencia del objeto, entonces no hay objeto.
Cuando yo veo un objeto ese objeto está absolutamente ante mí, es absoluta
presencia para mí. Me da lo mismo que sea una hoja de papel o un platillo
volante; me da lo mismo que mmi visión sea auténtica o alucinada, el caso
es que el objeto que se presenta ante mí existe en ese momento absolutamente, es
absolutamente real o, lo que veremos que es lo mismo, yo estoy absolutamente
convencido de su presencia. Cuando desaparece la visión de ese objeto me
encuentro en un segundo instante en el que lo que hay es un sujeto que piensa
(yo) la visión de un objeto, pensada como pasado, pero como pasado objetivamente
real. En ese instante es borrado como real el objeto anterior, el objeto como
realidad absoluta situado en el pasado y lo que hay es, además del yo pensante,
el pensamiento de la ejecución de un pensamiento pasado, es decir, que lo
absolutamente real ahora es ese pensamiento. Sin embargo, tanto el objeto
pretérito como el pensamiento anterior tienen una cosa en común: ambos son
convicciones y como tales convicciones ambos son exactamente iguales y a ambos
les sucede aquello que es absolutamente inevitable en una convicción, a saber,
que el término de la convicción, aquello de que estamos convencidos, es absoluta
e indubitablemente real.
Mientras el pensamiento está en ejecución, mientras se ejecuta, como vimos
más arriba, no existe para mí; lo que existe es el objeto de ese pensamiento,
pero en sí y para sí. Pero la tesis idealista afirma que solo existe
verdaderamente lo que existe en mí y para mí, o sea en mi conciencia y como
conciencia, por lo tanto el pensamiento que pienso no existe, ya que mientras lo
pienso -o, lo que es igual, lo ejecuto- no existe para mí.
Es, pues, necesario que deje de ejecutarlo, de estarlo pensando, y desde un
nuevo pensamiento lo convierta en objeto para mí. No es posible entonces que el
primer pensamiento en ejecución y el segundo pensamiento objeto sean lo mismo,
pues sus resultados en cuanto realidad son distintos. Ambos pensamientos solo
serían iguales si la primera situación -la visión del objeto, l pensamiento y la
ejecución- es aceptada tal y como se presenta y afirmo entonces que he visto un
objeto real pero otra vez volvemos a lo mismo, y si acepto que el objeto es
real, entonces no sería verdadero que la realidad última es el pensamiento.
Visto todo lo anterior, ¿qué es lo que nos queda entonces? Pues ni más ni
menos que la convicción, mi propia convicción de que tan realidad es el objeto
como mi pensamiento posterior. Creo que para aclarar un poco más este
ciertamente farragoso asunto, resultaría conveniente escuchar al propio Ortega
al respecto:
"Es preciso, pues, distinguir entre el ser ejecutivo del pensamiento o
conciencia, y su ser objetivo. El pensamiento como ejecutividad, es decir, como
algo ejecutándose y mientras se ejecuta no es objeto parra sí, no existe para
sí, no lo hay. Por eso, es incongruente llamarlo pensamiento. Para que haya un
pensamiento es menester que se haya ejecutado ya y que yo desde fuera de él lo
contemple, me lo haga objeto. Entonces yo puedo no adherir a la convicción que
él fue para mí, no reconocer su vigencia y decir que 'era una alucinación' o,
más general, lo pensado en el pensamiento era anterior a él y no realidad
efectiva; esto es lo que se llama pensamiento según oímos antes. recuerden que
decíamos: cuando solo hay pensamiento no hay efectivamente lo en él pensado.
Cuando solo hay mi ver esa pared no hay pared. Pensamiento es pues una
convicción no vigente: porque no se ejecuta ya, sino que desde fuera de ella se
la mira. Pensamiento es pues un aspecto objetivo que toma la convicción cuando
ya no convence. Pero es el caso que ese aspecto lo adopta ahora, es decir, que
es mi nueva convicción, la que ahora ejecuto, la que es vigente. Vigente es solo
la convicción actual, actuante, la que aún no existe para mí y, por tanto, no es
pensamiento sino absoluta posición"[8].
Se desprende, por lo tanto, que la tesis idealista va a implicar una tesis
distinta de la del pensamiento: aquella realidad desde la cual hago la
afirmación, ya sea esta afirmación que lo único real es la cosa o que lo único
real es el pensamiento; ambas están supeditadas a la existencia de una realidad
previa. Esta realidad previa y distinta es la convicción. En efecto, la tesis
idealista, como cualquier otra, es un juicio firme, pretende ser verdad o algo
en lo que creer, es decir, que resulta una tesis firme con plena vigencia
ejecutiva para quien la adopta[9].
Deberemos de anteponer, pues, a cualquier tesis que afirme o niegue algo la
existencia de la realidad "tesis" o convicción, eso sí, entendiendo que la
realidad de esta "tesis" no consiste en que sea pensada por mí, es decir, en que
sea un producto racional, sino en que al pensar ese pensamiento se le de
absolutamente por firme, como algo que tiene plena vigencia para mí. Es
totalmente indiferente cual sea la afirmación que se haga, la tesis que se
plantee; lo que es verdaderamente radical es que alguien, al construir una
tesis, está plenamente convencido de su contenido. Esta es pues la realidad
previa a cualquier otra: existe alguien que está plenamente convencido de algo.
Si alguien afirma que existe el pensamiento es que ha caído en la cuenta de
ello, lo ha verificado y se ha convencido de lo que afirma; y todo ello ha
ocurrido dentro de una realidad previa y anterior a la que pueda expresar la
afirmación, y de la que ésta es tan solo un momento.
Nos encontramos ahora en un punto en el que ya tenemos un primer atisbo de
cual será esa realidad radical que andamos buscando. De momento estamos en
condiciones de afirmar que ni la tesis idealista ni la realista, ni el
pensamiento ni las cosas pueden ser considerados como esa realidad radical.
Hemos de dar un paso más para encontrar definitivamente esa realidad primigenia.
Parece claro e indubitable que un objeto cualquiera existirá mientras que yo lo
esté viendo. Dejemos esto bien claro: solo mientras lo vea yo; no puedo saber lo
que ve otro ni asegurar que exista lo que otro ve. Ahora bien, lo que es ya más
dudoso es que siga existiendo cuando yo dejo de verlo. Lo que habrá, pues, en
última instancia, somos yo y el objeto en el momento en que lo veo, y ambos
somos igualmente reales en ese preciso momento. Yo en este momento soy el que ve
el objeto y el objeto es lo que es visto por mí. La consecuencia más directa de
esta aparente simpleza es que yo, para ser yo, necesito del objeto tanto como el
objeto necesita de mí para ser él. La realidad, pues, no puede ser la cosa en sí
y por sí, aislada, como afirmaba el realismo, ni tampoco su existencia en mí y
por mí, como pensamiento mío, como propugnaba el idealismo. ¿Qué será pues la
realidad? Pues ni más ni menos que la coexistencia y la convivencia mía con la
cosa que hace que yo no sea sin la cosa ni la cosa sea sin mí. La realidad
radical, por lo tanto, lejos de ser el pensamiento o la cosa, será esa realidad
infinitamente más amplia y primigenia que consiste en existir un yo y un
contorno de ese yo radicalmente distinto de él: Realidad en la cual ese existir
yo consiste precisamente en estar rodeado del contorno, ocuparme de él,
enfrentarme con él y viceversa. La existencia de ese contorno consiste en
rodearme, en plantearme dificultades o en ofrecerme facilidades. Pero aún
podemos profundizar más, porque ese formar el contorno y yo un conjunto
indisoluble y absolutamente real es el vivir, es simplemente mi vida. Y ahora,
sustituyendo a fuer de ecuación los términos iguales podemos afirmar que esa
realidad radical que buscábamos al principio es mi vida.
Ahora que podemos afirmar sin lugar a dudas que la existencia primordial, la
realidad radical, consiste en mi vida, se nos empiezan a hacer claras una serie
de consecuencias. La primera es que todas las demás realidades que yo pueda
postular tendrán su fundamento en esta realidad: mi vida. Mi vida será la
realidad última a la que habrá que reducir todas las demás realidades si
queremos conocer su esencia radical. Y esto porque en la vida solo hay
ingredientes vitales; por lo tanto, todo lo que aparezca en mi vida no será, por
lo pronto, sino algo sustantivamente vital mío. Será, pues, mi vida.
"Todo: yo no soy, sino mi vida; esta mesa es mi vida y esta luz y ustedes son
vida mía, y Dios no es, por lo pronto, sino algo vital mío."[10].
La vida es así una realidad que encierra todas las demás realidades, puesto
que cualquier realidad no existe para nosotros sino en la medida en que la
vivimos; esto es, en la medida en que forma parte de nuestra vida. Todo aquello
con lo que tengamos contacto tendrá que presentarse de algún modo dentro de
nuestra vida y así, si la vida encierra para cada uno de nosotros un todo,
encerrará también la realidad pensamiento, Filosofía, Ciencia, o Religión, ya
que estas aparentes realidades últimas no son sino algunas de las cosas entre
las innumerables que el hombre puede realizar en su vida. Pero no se queda ahí e
carácter de realidad radical, universalísima y primera de nuestra vida: incluso
Dios, en la medida en que constituye en principio (y diríamos que
exclusivamente) una experiencia vital, forma parte de nuestra vida y es superado
por ella en cuanto a contenido de realidad. Pero aunque Dios fuera demostrable
racionalmente seguiría siendo solo una parte de nuestra vida (no negamos que la
más importante, pero una parte al fin h al cabo), pues en cuanto demostración
racional, en cuanto idea, en cuanto pensamiento dependería de mi vida. el que yo
en un momento determinado me pusiera a pensar en Dios no sería sino algo que
haría dentro de mi vida. La vida es pues, y esto es una segunda consecuencia,
aquello que somos y aquello que hacemos y nos hacen. Esta primera aproximación a
la realidad radical llamada vida consiste entonces en ver que la vida, en
primera instancia, no es sino aquello que vamos haciendo y nos van haciendo y
que por tanto vamos haciendo y nos van haciendo nuestra vida. La vida, en
principio, sería aquello que hacemos y nos pasa -y lo que nos pasa, entre otras
cosas, es lo que nos hacen- ; esta es la primera verdad radical que encontramos
en nuestra investigación.
"Y así, lo primero que hallamos es esto; vivir es lo que hacemos y nos pasa,
desde pensar o soñar o conmovernos hasta jugar a la bolsa o ganar batallas. Pero
yo necesito que se hagan ustedes cargo de que esto no es una broma, sino una
verdad tan perogrullesca como incuestionable y radical. Yo intento hablarles de
cosas no abtrusas y distantes, sino de su vida misma, y comienzo diciendo que la
vida de ustedes comienza por estarme escuchando. Comprendo muy bien que ustedes
se resistan a esta verdad pero ello no tiene remedio. Porque eso, escucharme, es
lo que están haciendo ahora y es lo que ahora constituye su vida."[11].
Para terminar vamos a hacer una pequeña recapitulación de lo tratado
hasta ahora, puesto que es fundamental para edificar sobre ello el resto del
trabajo. Empezamos preguntándonos por lo que verdaderamente hay, buscando una
realidad radical en la que fundamentar nuestra investigación. Para ello hicimos
un recorrido por la
Historia de la Filosofía y encontramos una primera respuesta o
tesis: la realista, que afirmaba que la realidad última son las cosas en sí y
por sí. Analizando detenidamente esta afirmación pronto descubrimos que la
existencia de las cosas dependía de un sujeto que las pensara y así llegamos a
la convicción de que lo que verdaderamente existía como realidad última es el
pensamiento. En un principio pareció que la tesis idealista se mostraba firma
ante la crítica y constituía la verdad que buscábamos, pero un nuevo análisis
nos demostró que también esta tesis dependía de una realidad anterior: aquella
que afirma la existencia de una tesis o convicción. La realidad última, pues,
consistía en que alguien estaba firmemente convencido de algo. La realidad no
era entonces ni el pensamiento ni la cosa, sino precisamente la coexistencia y
convivencia absolutamente reales del yo con la cosa que daba cuerpo a mi
convicción. Y esa coexistencia del yo con la cosa en la que está enmarcada la
convicción es lo que llamamos vivir, mi vida. La vida es pues la realidad
radical y en una primera aproximación a ella descubrimos una primera verdad:
vida es lo que somos, lo que hacemos y lo que nos hacen; vida es lo que somos en
tanto que nos pasa
Ya tenemos, pues, nuestra tesis radical: la realidad radical es mi vida y mi
vida consiste en coexistir con el entorno, con el mundo. Ahora vamos a empezar a
hacer Filosofía y lo vamos a hacer apoyándonos en la única realidad segura que
conocemos: vivimos. Primero veremos en que consiste nuestra vida; después
determinaremos que es la vida como coexistencia con el entorno o,
introduciendo ya el término "técnico" orteguiano que utilizaremos a partir de
ahora, con la circunstancia.