Cuanto más conocía a su hermano, más observaba que Sergio
Ivanovich, como muchos otros hombres que servían al bien común, no se sentían
inclinados a ello de corazón, sino porque habían reflexionado y llegado a la
conclusión de que aquello estaba bien, y sólo por tal razón se ocupaban de
ello.
La suposición de Constantino Levin se confirmaba por la
observación de que su hermano no tomaba más a pecho las cuestiones del bien
colectivo y de la inmortalidad del alma que las de las combinaciones de ajedrez
o la construcción ingeniosa de alguna nueva máquina.
Además, Constantino Levin se sentía a disgusto en el pueblo
cuando estaba su hermano allí, sobre todo durante el verano, pues en esta época
estaba siempre ocupado en los trabajos de su propiedad y aun en todo el largo
día estival le faltaba tiempo para sí mismo, para poder atender a todo, mientras
Sergio Ivanovich descansaba. Sin embargo, aunque descansase ahora, es decir no
escribiera obra alguna, estaba tan hecho a la actividad cerebral que le gustaba
explicar en forma breve y elegante los pensamientos que acudían a su mente, y le
gustaba tener a alguien que le escuchase.
El oyente más continuo era, naturalmente, su hermano. Por este
motivo, a pesar de la sencillez amistosa de sus relaciones, Constantino Levin no
sabía cómo arreglárselas cuando tenía que dejar solo a Sergio Ivanovich.
A éste le gustaba tenderse en la hierba bajo el sol y
permanecer así, charlando perezosamente.
-No sabes qué placer experimento sumergiéndome en esta pereza
ucraniana. Tengo la cabeza completamente vacía de pensamientos. Podría hacerse
rodar por ella una pelota.
Pero Constantino Levin se aburría de estar sentado escuchando a
su hermano, sobre todo porque sabía que, mientras ellos hablaban, los campesinos
debían de estar lavando el estercolero o trabajando en el campo no preparado
aún, y que si él no estaba allí iban a hacerlo de cualquier manera. Pensaba
también que seguramente no atornillarían suficientemente las rejas de los arados
ingleses y luego las apartarían afirmando que aquellos arados eran invenciones
de tontos y que sólo el arado corriente, etcétera.