Sergio Ivanovich hacía lo contrario. Del mismo modo que alababa
y amaba la vida del pueblo por contraste con la otra que no amaba, así amaba
también a la gente humilde por contraste con otra clase de gente, y de una
manera absolutamente idéntica conocía a esta gente como algo distinto y opuesto
a los hombres en general.
En su metódico cerebro se habían creado formas definidas de la
vida popular, deducidas parcialmente de esta misma vida, pero deducidas también,
y en mayor parte, por oposición a la contraria.
Jamás, pues, variaba su opinión sobre el pueblo ni la compasión
que le inspiraba. En las discusiones que los hermanos mantenían sobre aquel tema
siempre vencía Sergio Ivanovich, por poseer una opinión definida sobre los
aldeanos sobre sus caracteres, cualidades a inclinaciones, mientras que
Constantino Levin no tenía ideas fijas y firmes sobre la gente del pueblo, por
lo que siempre se le cogía en contradicción.
Para Sergio Ivanovich, su hermano menor era un buen muchacho,
con «el corazón en su sitio» (lo que solía expresar en francés), de cerebro
bastante ágil, pero esclavo de las impresiones del momento y lleno, por ello, de
contradicciones. Con la condescendencia de un hermano mayor, Sergio Ivanovich le
explicaba a veces la significación de las cosas, pero no experimentaba interés
en discutir con él porque le vencía demasiado fácilmente.
Constantino Levin tenía a su hermano por un hombre de
inteligencia y cultura, noble en el más elevado sentido de la palabra y dotado
de grandes facultades de acción en pro de la sociedad. Pero en el fondo de su
alma y a medida que aumentaba en años y conocía mejor a su hermano, tanto más a
menudo pensaba que aquella facultad de servir a la sociedad, de la cual
Constantino Levin se reconocía privado, quizá, al fin y al cabo, no fuera una
cualidad, sino más bien un defecto. No un defecto de algo, no una falta de
buenos, nobles y honrados deseos a inclinaciones, sino una carencia de poder de
vida efectiva, de ese impulso que obliga al hombre a escoger y desear una
determinada línea de vida entre todas las innumerables que se abren ante él.