Es una traición; es una villanía. Pero, al fin,
ese hombre puede matarla sin que nadie le culpe ni le condene. Puede mandar a
sus criados que la arrojen a latigazos y puede hacer pedazos al amante. Pero sus
hijos, ¡pobres seres indefensos, nada pueden! La madre los abandona para
ir a traerles su porción de vergüenza y deshonra. Los vende por un
puñado de placeres, como judas a Cristo por un puñado de monedas.
Ahora duermen, sonríen, todo lo ignoran; están abandonados a manos
mercenarias; van empezando a desamorarse de la madre, que no los ve, ni los
educa, ni los mima. Mañana, esos chicuelos serán hombres, y esas
niñas, mujeres. Ellos sabrán que su madre fue una aventurera, y
sentirán vergüenza. Ellas querrán amar y ser amadas; pero los
hombres, que creen en la tradición del pecado y en el heredismo, las
buscarán para perderlas y no querrán darles su nombre, por miedo
de que lo prostituyan y lo afrenten.
Y todo eso será obra tuya. Estoy tentado de ir en busca
de tu esposo y traerle a este sitio. Ya adivino cómo es la alcoba en que
te aguarda. Pequeña, cubierta toda de tapices, con cuatro grandes jarras
de alabastro sosteniendo ricas plantas exóticas. Antes había dos
grandes lunas en los muros; pero tu amante, más delicado que tú,
las quitó. Un espejo es un juez y es un testigo. La mujer que recibe a su
amante viéndose al espejo es ya la mujer abofeteada de la calle.
Pues bien; cuando tú estés en esa tibia alcoba y
tu amante caliente con sus manos tus plantas entumecidas por la humedad, tu
esposo y yo entraremos sigilosamente, y un brusco golpe te echará por
tierra, mientras detengo yo la mano de tu cómplice. Hay besos que se
empiezan en la tierra y se acaban en el infierno.