"Mi mujer tiene al juego una fortuna prodigiosa. Cada mes
saca de la lotería quinientos pesos. ¡Fijo!"
Yo quise referirle alguna anécdota, atribuida a un
administrador muy conocido de cierta aduana marítima. Al encargarse de
ella dijo a los empleados:
"Señores, aquí se prohibe jugar a la
lotería. Al primero que se la saque lo echo a puntapiés."
¿Ganará esta señora a la lotería?
Si su marido es pobre, debe haberle dicho que esos pendientes que ahora lleva
son falsos. El pobre señor no será joyero. En materia de alhajas.
sólo conocerá a su mujer, que es una buena alhaja. Por
consiguiente, la habrá creído. ¡Desgraciado!,
¡qué tranquilo estará en su casa! ¿Será viejo?
Yo debo conocerle... ¡Ah!... ¡sí!... ¡es aquél!
No, no puede ser; la esposa de ese caballero murió cuando el
último cólera. ¡Es el otro! ¡Tampoco! Pero ¿a
mí, qué me importa quién sea?
¿La seguiré? Siempre conviene conocer un secreto
de una mujer. Veremos, si es posible, al incógnito amante.
¿Tendrá hijos esta mujer? Parece que sí. ¡Infame!
Mañana se avergonzarán de ella. Tal vez alguno la niegue.
Ése será un crimen; pero un crimen justo. Bien está; que
mancille, que pise, que escupa la honra de ese desgraciado que probablemente la
adora.