Ya había rezado a Dios y a todos los santos pidiendo un milagro.
¿Por qué el destino le tenía que jugar este mal momento? ¿Estaba siendo
castigado por algún pecado? Sin embargo él no recordaba ninguno de gravedad.
Siempre había sido una buena persona. Un hijo obediente, un hermano cariñoso, un
perfecto caballero y un devoto esposo. No veía fallas en su conducta, presente y
pasada, que diese motivo a esta pesadilla.
Desde el primer momento en que Brigitte le fue presentada, sólo
tuvo ojos para ella. Tan delicada, femenina, suave...
Ella era todo en su vida. Lo regocijaba su sonrisa, el resplandor
de su cabellera dorada, sus brillantes ojos turquesa. No quería imaginar lo que
sería de él sin Brigitte a su lado.
Un suave golpe en la puerta lo apartó de sus
pensamientos.
-Adelante.
La puerta se abrió muy despacio y la partera ingresó cargando un
bulto de sábanas blancas entre sus brazos regordetes.
-Fue un varoncito... -dijo y lo miró con pesar-. El Señor se lo
llevó a su lado.
Devon sintió un nudo en la garganta. Los ojos se le llenaron de
lágrimas. Con gran temor preguntó
-¿Y mi esposa?
La partera no contestó, pero Devon supo la respuesta. Sintió que
el mundo se desmoronaba a su alrededor. Tenía los puños apretados a los costados
del cuerpo. Estaba paralizado; las lágrimas fluían de sus ojos. Ni siquiera
tenía valor para mirar a su hijo fallecido.
Cuando por fin reaccionó, su impulso fue correr escaleras arriba,
hacia la habitación de su esposa. Allí se quedó; junto al cuerpo sin vida de
Brigitte, durante el resto del día.