Capítulo i
Nueva
Orleans, año 1790
Las llamas
rojas y chispeantes danzaban dentro del hogar, los leños
crepitaban como el murmullo de un gentío. El reloj situado sobre la repisa del
hogar marcaba las doce horas y su constante tic-tac ponía nervioso a Devon
Calvert, Vizconde Gauffier.
El estudio estaba en completo silencio, el cual era quebrantado
sólo por los sonidos emitidos por el reloj, los leños ardientes y los pasos del
hombre sobre el piso de madera.
Los tacones de las botas de montar golpeaban los tablones
lustrosos, en un ir y venir infatigable.
El rostro de Devon destilaba preocupación. El sudor empapaba su
frente en señal de un temor escondido.
Estaba desaliñado; la camisa entreabierta y casi afuera de los
pantalones de montar. La chaqueta y el chaleco los había arrojado sobre un
sillón, ni bien entró al estudio.
Pero su imagen poco le importaba en esos momentos. El objeto de su
preocupación se hallaba en el piso superior. Su esposa luchaba contra la muerte
para dar a luz a su primogénito.
Recién entraba en el establo, luego de su recorrida diaria por la
plantación, cuando un sirviente casi sin aliento por la prisa le informó que su
esposa Brigitte había entrado en trabajo de parto unas horas
antes.
Desmontó su caballo, le arrojó las riendas al mozo de cuadra y
corrió hacia la mansión. Subió las escaleras hacia la planta superior a grandes
zancadas.
Sin embargo no pudo ingresar en su habitación para ver a su
esposa, pues la criada que acababa de salir con una palangana de cobre llena de
agua sucia se lo impidió.
-La partera dijo que nadie podía entrar, amo. Ni siquiera usted
-había dicho la muchacha.
-¡Pero es mi esposa y quiero verla! -demandó él.
-Ya le he dicho que no puede, monsieur. Usted no tiene nada
que hacer ahí -replicó la mulata, tapándole el acceso a la
puerta.
Devon consideró que discutiendo no ganaría nada y decidió obedecer
las órdenes de la partera. Aun así, no podía retirarse sin averiguar el estado
de su esposa.
-¿Brigitte se encuentra bien? -preguntó.
-Sí, monsieur. Aunque no puedo informarle nada más porque
aun sigue en trabajo de parto -respondió la criada.
Devon asintió con la cabeza.
-Estaré en mi estudio. Si llega a ocurrir algo inesperado, por más
insignificante que sea, me lo comunica enseguida. ¿Entendió? -le advirtió a la
mulata.
-Sí, amo -contestó ésta.
Había transcurrido una hora desde que había ingresado al estudio
cuando llamaron a la puerta. Al abrirla se encontró con el rostro pálido de la
criada, plenamente visible a pesar de su piel
oscura.