A Sherlock Holmes pareció seducirle el proyecto de dividir su
vivienda conmigo.
-Tengo echado el ojo a unas habitaciones en Baker Street
-dijo-, que nos vendrían de perlas. Espero que no le repugne el olor a tabaco
fuerte.
-No gasto otro -repuse.
-Hasta ahí vamos bastante bien. Suelo trastear con sustancias
químicas y de vez en cuanto realizo algún experimento. ¿Le importa?
-En absoluto.
-Veamos..., cuáles son mis otros inconvenientes. De tarde en
tarde me pongo melancólico y no despego los labios durante días. No lo atribuya
usted nunca a mal humor o resentimiento. Déjeme sencillamente a mi aire y verá
qué pronto me enderezo. En fin, ¿qué tiene usted a su vez que confesarme? Es
aconsejable que dos individuos estén impuestos sobre sus peores aspectos antes
de que se decidan a vivir juntos.
Me hizo reír semejante interrogatorio.
-Soy dueño de un cachorrito -dije-, y desapruebo los estrépitos
porque mis nervios están destrozados... y me levanto a las horas más inesperadas
y me declaro, en fin, perezoso en extremo. Guardo otra serie de vicios para los
momentos de euforia, aunque los enumerados ocupan a la sazón un lugar
preeminente.
-¿Entra para usted el violín en la categoría de lo estrepitoso?
-me preguntó muy alarmado.
-Según quién lo toque -repuse-. Un violín bien tratado es un
regalo de los dioses, un violín en manos poco diestras...
-Magnífico -concluyó con una risa alegre-. Creo que puede
considerarse el trato zanjado..., siempre y cuando dé usted el visto bueno a las
habitaciones.
-¿Cuándo podemos visitarlas?
-Venga usted a recogerme mañana a mediodía; saldremos después
juntos y quedará todo arreglado.