-Ha de hallarse con seguridad en el laboratorio -repuso mi
compañero-. O se ausenta de él durante semanas, o entra por la mañana para no
dejarlo hasta la noche. Si usted quiere, podemos llegarnos allí después del
almuerzo.
-Desde luego -contesté, y la conversación tiró por otros
derroteros.
Una vez fuera de Holborn y rumbo ya al laboratorio, Stamford
añadió algunos detalles sobre el caballero que llevaba trazas de convertirse en
mi futuro coinquilino.
-Sepa exculparme si no llega a un acuerdo con él -dijo-,
nuestro trato se reduce a unos cuantos y ocasionales encuentros en el
laboratorio. Ha sido usted quien ha propuesto este arreglo, de modo que quedo
exento de toda responsabilidad.
-Si no congeniamos bastará que cada cual siga su camino
-repuse-. Me da la sensación, Stamford -añadí mirando fijamente a mi compañero-,
de que tiene usted razones para querer lavarse las manos en este negocio. ¿Tan
formidable es la destemplanza de nuestro hombre? Hable sin reparos.
-No es cosa sencilla expresar lo inexpresable -repuso riendo-.
Holmes posee un carácter demasiado científico para mi gusto..., un carácter que
raya en la frigidez. Me lo figuro ofreciendo a un amigo un pellizco del último
alcaloide vegetal, no con malicia, entiéndame, sino por la pura curiosidad de
investigar a la menuda sus efectos. Y si he de hacerle justicia, añadiré que en
mi opinión lo engulliría él mismo con igual tranquilidad. Se diría que habita en
su persona la pasión por el conocimiento detallado y preciso.
-Encomiable actitud.
-Y a veces extremosa... Cuando le induce a aporrear con un
bastón los cadáveres, en la sala de disección, se pregunta uno si no está
revistiendo acaso una forma en exceso peculiar.
-¡Aporrear los cadáveres!
-Sí, a fin de ver hasta qué punto pueden producirse
magulladuras en un cuerpo muerto. Lo he contemplado con mis propios ojos.