-¿Y quién fue la primera? -pregunté.
-Un tipo que está trabajando en el laboratorio de química, en
el hospital. Andaba quejándose esta mañana de no tener a nadie con quien
compartir ciertas habitaciones que ha encontrado, bonitas a lo que parece, si
bien de precio demasiado abultado para su bolsillo.
-¡Demonio! -exclamé-, si realmente está dispuesto a dividir el
gasto y las habitaciones, soy el hombre que necesita. Prefiero tener un
compañero antes que vivir solo.
El joven Stamford, el vaso en la mano, me miró de forma un
tanto extraña.
-No conoce todavía a Sherlock Holmes -dijo-, podría llegar a la
conclusión de que no es exactamente el tipo de persona que a uno le gustaría
tener siempre por vecino.
-¿Sí? ¿Qué habla en contra suya?
-Oh, en ningún momento he sostenido que haya nada contra él. Se
trata de un hombre de ideas un tanto peculiares..., un entusiasta de algunas
ramas de la ciencia. Hasta donde se me alcanza, no es mala persona.
-Naturalmente sigue la carrera médica -inquirí.
-No... Nada sé de sus proyectos. Creo que anda versado en
anatomía, y es un químico de primera clase; pero según mis informes, no ha
asistido sistemáticamente a ningún curso de medicina. Persigue en el estudio
rutas extremadamente dispares y excéntricas, si bien ha hecho acopio de una
cantidad tal y tan desusada de conocimientos, que quedarían atónitos no pocos de
sus profesores.
-¿Le ha preguntado alguna vez qué se trae entre manos?
-No; no es hombre que se deje llevar fácilmente a confidencias,
aunque puede resultar comunicativo cuando está en vena.
-Me gustaría conocerle -dije-. Si he de partir la vivienda con
alguien, prefiero que sea persona tranquila y consagrada al estudio. No me
siento aún lo bastante fuerte para sufrir mucho alboroto o una excesiva
agitación. Afganistán me ha dispensado ambas cosas en grado suficiente para lo
que me resta de vida. ¿Cómo podría entrar en contacto con este amigo de
usted?