-¿Lo crees? -dijo ella. Y ambos treparon hasta la repisa y fueron a colocarse en sus respectivos lugares de antes.
-Para lo que hicimos -comentó el deshollinador-, más hubiera valido quedarnos aquí, en lugar de tomarnos tanto trabajo.
-Yo quisiera que arreglaran a mi abuelo -dijo la pastorcita-. Me pregunto si costará mucho el arreglo.
Y vio cumplidos sus deseos. La familia hizo componer al chino; al cual le pusieron un fuerte remache en el cuello. Quedó como nuevo, pero ya no podía mover más la cabeza.
-Te has puesto muy orgulloso desde que te caíste y rompiste en pedazos -opinó el Capitán Patas de Chivo-. No hay razón alguna para que te des tanta importancia. ¿Me concedes su mano o no?
El deshollinador y la pastorcita miraron
ansiosamente al viejo chino, temiendo que inclinara la cabeza en señal de aprobación, pero ese gesto ya no fue posible. Y, por lo demás, era algo muy molesto decir a los extraños que no podía mover la cabeza porque tenía un bulón en la nuca.
Y de ese modo, la pequeña pareja de porcelana permaneció unida, contenta con la compostura del abuelo, y siguió queriéndose hasta la muerte, es decir, hasta que alguien los rompió en pedazos.