En efecto, era una estrella que
lucía sobre ellos como si quisiera indicarles el camino. Subieron y subieron, por aquel lugar horrorosamente escarpado. Él le iba mostrando a la pastorcita los mejores apoyos para colocar sus piececitos de porcelana. Por último llegaron a la salida de la chimenea y se sentaron en el borde, rendidos, como cualquiera podría imaginarse. Sobre sus cabezas veían el cielo cubierto de estrellas, y a sus pies los techos de la ciudad. Podían divisar una vasta extensión del mundo, y la pobre pastorcita reclinó la cabeza sobre el hombro del deshollinador y lloró hasta que las lágrimas se llevaron todo el dorado de su cinturón. Tan diferente era el mundo de todo lo que ella había esperado.
-Es demasiado para mí -dijo-. No
puedo. ¡El mundo es tan grande! ¡Oh, cómo quisiera estar de
nuevo en la repisa, bajo el espejo! No podré ser nunca feliz hasta que
regrese allí otra vez. He venido contigo al mundo exterior; ahora tienes
que llevarme de vuelta allí si es que me quieres.
El deshollinador trató de razonar
con ella; le habló del viejo chino y del Capitán Patas de Chivo. Pero ella sollozó amargamente y lo besó con tanto desconsuelo que el deshollinador se vio obligado a hacer lo que le pedía su pastorcita, aunque era una locura. Y así, con gran trabajo y esfuerzo, bajaron por el tubo de la chimenea, y volvieron a cruzar el hogar, lugares todos muy poco agradables. Y permanecieron detrás de la puertecilla, en la oscuridad, escuchando y atisbando lo que ocurría en la habitación. Todo estaba en silencio. El viejo chino, estaba tendido en el piso, bajo la mesa, donde había quedado al intentar perseguirlos, roto en tres pedazos. Tenía el tronco separado completamente, y su cabeza había rodado hasta un rincón. El Capitán seguía en su lugar; parecía absorto en profundos pensamientos.
-Es terrible -dijo la pastorcita-. Mi pobre abuelo hecho pedazos, y todo es culpa nuestra. Nunca podré vivir en paz después de esto.
Y se retorció las manecitas.
-Eso se puede arreglar -la consoló el deshollinador-. Se puede arreglar. No te aflijas. Si le ponen en la espalda un poco de cemento y un buen remache puede quedar como nuevo y volver a decir tantas cosas feas como antes.