-¡Se escapan! ¡Se escapan!
Los dos fugitivos, en su alarma, se
precipitaron a esconderse en el cajón de un pequeño mueble situado bajo la ventana. Había allí tres o cuatro mazos de cartas, no del todo enteros, y un teatrito de juguete muy finamente construido. En el teatrito estaban representando una comedia, y todas las reinas de diamantes, tréboles, corazones y picas la presenciaban desde las primeras filas, abanicándose con tulipanes. Detrás de ellas se sentaban los caballeros, es decir las sotas, cada uno con una cabeza hacia arriba y otra hacia abajo como tienen generalmente los naipes. La pieza versaba sobre un amor contrariado, cosa que hizo llorar a la pastorcita por su semejanza con su propia historia.
-No puedo soportarlo -dijo-. Tengo que salir de este cajón.
Cuando llegaron al piso y levantaron la vista hacia la repisa, vieron al viejo chino despierto y agitándose en movimientos convulsivos, hasta que pronto se vino abajo y fue a dar en el suelo.
-¡El viejo chino viene! -exclamó la pastora asustada, y cayó de rodillas.
-Yo tengo una idea -dijo el pequeño
deshollinador-. Metámonos dentro de esa muñeca en forma de jarrón, llena de objetos en desuso, que está allí en ese ángulo. Ahí podremos echarnos sobre hojas de rosa y de lavanda, y echarle al chino sal en los ojos si se nos acerca.
-¡No, nunca! -repuso la pastora-, pues yo sé que el chino y esa muñeca estuvieron enamorados en otro tiempo, y entre dos que se han querido siempre queda algún sentimiento de buena voluntad. No; sólo nos queda una salida, y es irnos afuera, al mundo exterior.