-Tendrás un marido -dijo a la pastorcita- que según creo está echo de caoba. Y te convertirás en nada menos que la esposa del Capitán Pata de Chivo, que tiene todo un armario lleno de vajilla de plata guardada en cajones secretos.
-No quiero ir a ese armario oscuro -dijo la pastorcita-. He oído decir que el capitán tiene ya en su interior once esposas de porcelana.
-En ese caso tú serás la número doce -respondió el viejo chino-. Esta noche, en cuanto oigas unos golpecitos como de llamada en el armario, te casarás, tan cierto como que yo soy chino.
Y dicho esto inclinó la cabeza y se quedó dormido.
La pastorcita lloró mucho y llamó a su novio, el deshollinador de porcelana. Y le dijo:
-Tengo que suplicarte que huyas conmigo, y me lleves al mundo exterior. No podemos quedarnos en este sitio.
-Haré lo que tú quieras
-respondió el pequeño deshollinador-. Vámonos ahora mismo. Creo que seré capaz de mantenerte con mi profesión.
-¡Siquiera estuviésemos ya seguros en el suelo! -exclamó ella-. No seré feliz hasta que estemos los dos afuera, bajo el cielo abierto.
Él le dio ánimo lo mejor que
pudo y le mostró cómo debía colocar su piececito sobre el borde tallado y los ornamentos de hojas de la repisa. Puso su escalerilla para ayudarla, y de esa manera consiguieron ambos llegar al suelo. Pero al mirar hacia el armario advirtieron que reinaba allí un gran alboroto. Los ciervos tallados meneaban la cabeza, sacudiendo sus cornamentas. El Capitán dio un verdadero salto en el aire y gritó, dirigiéndose al chino: