¿Han visto ustedes alguna vez un viejo y enorme armario de roble, ennegrecido por los años y adornado con molduras en forma de follajes y figuras diversas? Pues bien, en la sala había un armario así, llegado a poder de la familia por legado de la bisabuela. Un armario cubierto de rosas y tulipanes tallados, y también -siempre esculpidos en la madera- unos curiosos rollos como de pergamino, por entre los cuales asomaban cabecitas de ciervos con sus cornamentas.
En la puerta de aquel armario, en el mismo
medio, se veía tallada una figura humana de lo más ridícula. Lo miraba a uno haciendo una mueca, pues nadie hubiera podido decir que aquello era una risa. Tenía patas de chivo, cuernos y larga barba. Los chicos le llamaban "el Capitán Patas de Chivo". Allí estaba mirando siempre hacia la repisa que quedaba debajo del espejo, donde permanecía de pie una encantadora pastorcita de porcelana, con zapatos dorados y un vestido adornado por una gran rosa roja. Tenía también sombrero, y un cayado, dorados ambos y muy brillantes y bonitos.
Al lado de la pastorcita se veía un
pequeño deshollinador, también de porcelana y negro como el carbón de piedra. Y sin embargo estaba tan pulido y limpio como cualquier otra figura de porcelana, sólo que representaba un sucio deshollinador de chimeneas, así como pudieron haberlo hecho príncipe, si al artesano que lo modeló se le hubiera antojado. Sostenía con aire de destreza una escalerilla, y su rostro era tan rubio y sonrosado como el de una niña. En verdad esto era un error, pues lo razonable hubiera sido que le pusieran algunas manchas negras. Como se ha dicho, él y la pastorcita quedaban muy próximos en la repisa, y en esa proximidad no tardaron en enamorarse uno del otro. Eran pareja adecuada, pues ambos estaban hechos de la misma clase de porcelana, y como consecuencia de ello igualmente frágiles.
Cerca de los dos novios se veía
otra estatuilla más, también de porcelana, aunque de tamaño mayor que el de la pareja. Era un viejo chino que podía mover la cabeza, y que pretendía ser el abuelo de la pastorcita, sin poder demostrarlo. Y por cierto que también se atribuía autoridad sobre ella. Así, pues, cuando el Capitán Patas de Chivo le pidió a la pastorcita que fuera su esposa, el viejo chino meneó la cabeza para expresar su aprobación.