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"¡Cielos! -pensó-. ¿Es posible que yo sea un bobo? Nunca me lo habría imaginado, y no tiene que saberlo nadie. ¿Y un inútil también para el cargo? Jamás diré que no he logrado ver la tela".

-Bien, señor, ¿decíais algo acerca de la tela? -preguntó el pillo que estaba fingiendo tejer.

-¡Oh, es hermosa..., realmente encantadora! -dijo el ministro, calándose los anteojos-. ¡Qué dibujo, qué tonos! Ciertamente informaré al Emperador que me ha gustado mucho.

-Nos complace sobremanera oírlo -dijeron los dos trapecistas. Y a continuación enumeraron todos los matices y describieron el peculiar dibujo del tejido. El viejo ministro puso gran atención a lo que decían, para poder repetirlo cuando regresara a informar al Emperador.

Poco después los dos bribones se presentaron a pedir más dinero, más seda y más oro, para poder continuar con el tejido. Pero se lo guardaron todo en sus bolsillos. Ni una hebra siquiera colocaron en el telar, aunque siguieron tejiendo con afán.

El Emperador envió a otro de sus leales funcionarios a investigar cómo seguía el tejido y cuándo estaría listo. Y al funcionario le ocurrió lo mismo que al viejo ministro. Miró y miró, pero como sólo había un telar vacío, no pudo ver nada.

-¿No es una hermosa pieza de tela? -preguntaron los dos pillastres. Y desplegaron una verdadera exhibición del admirable tejido y de los colores que no estaban allí ni podía ver persona alguna.

"Yo sé que no soy ningún obtuso -pensó el funcionario-, acaso, pues, se trate de que tampoco soy el hombre adecuado para mi excelente cargo. Es muy extraño. Sea como sea, no hay que demostrarlo".

Y se deshizo en elogios de la tela que no veía, Y aseguró que se retiraba admirado de los matices y la originalidad del dibujo.

 
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de Hans Christian Andersen

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