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El párrafo anterior nos muestra lo absurdo del debate inventado por algunos autores sobre si “Estado mínimo” o “Estado fuerte”. El capitalismo lo tiene claro: la cuestión es que el Estado intervenga intensamente a favor del capital, quedando el ámbito de su tamaño sujeto a consideraciones coyunturales. Por lo tanto, el “retorno del Estado” protagonizado por los llamados gobiernos “progresistas” no es más que la adaptación de una perversa variante del capitalismo regional disfrazado bajo una tautológica invocación a soflamas antineoliberales, devolviendo al sistema económico capitalista una legitimidad anteriormente perdida fruto de crack neoliberal en la región. En base a ello, durante el período progresista se articulan apenas meras correcciones sobre los excesos descontrolados del capital que protagonizaron de forma dolorosa la etapa anterior. Llegados a este punto, surge una nueva pregunta cuya respuesta es categórica y se transversaliza en diferentes momentos de este libro: ¿es que se pueden construir alternativas mediante gobiernos que han mantenido su dinámica política y radical-discursiva conviviendo con el poder de las élites económicas? Para los autores, ni siquiera hubo la voluntad de imaginar el fin del capitalismo, motivo por lo cual son evidentes sus carencias respecto a cualquier tipo de elaboración de un proyecto anticapitalista por parte de estos. Lora y Lao, con otras palabras, dejan claro que ni hubo desmercantilización, ni despatriarcalización de la sociedad, ni construcción combinada de múltiples formas de poder popular, ni procesos de nacionalización significativos, ni gestión obrera en las empresas, ni economía social y solidaria significativa, ni empoderamiento de las organizaciones sociales o populares, ni elaboración de estrategias de lucha contra la alineación… Si como aseveró en algún momento Deleuze, la izquierda más que una ideología es una forma de percibir el mundo; el progresismo quedó muy lejos de percibir el mundo de forma diferente a como lo percibe la ideología dominante. Siendo así las cosas, cabe reflexionar irónicamente sobre que quizás el progresismo rememorando a Marcuse pensó que “si los individuos están satisfechos hasta el punto de sentirse felices con los bienes y servicios que les entrega la administración, ¿por qué han de insistir en instituciones diferentes para una producción diferente de bienes y servicios diferentes? Y si los individuos están precondicionados de tal modo que los bienes que producen satisfacción, también incluyen pensamientos, sentimientos, aspiraciones, ¿por qué han de querer pensar, sentir e imaginar por sí mismos?”. Sin embargo la escenificación progresista ha sido gloriosa, presentándose a sí mismos como la personificación del orden, de la capacidad de gobernar y tomar decisiones, como protectores paternales del pueblo y velando por sus representados a quienes protegen del rigor del capitalismo salvaje practicado durante la etapa anterior.
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Brasil: fracaso del lulismo y emergencia de alternativas
de "Aguiar, F. R.;Cervo, F."
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