La Princesa llegó paseando en
compañía de sus damas de honor, y al oír la melodía se detuvo y pareció complacida, porque ella también sabía tocar "Mi querido Agustín". Era la única tonada de su repertorio, y sólo la podía tocar con un dedo.
-¡Vaya, es mi melodía! -dijo-. Ese porquerizo parece un hombre culto. Preguntadle el precio de ese instrumento.
Y una de las damas tuvo que entrar en la habitación del porquerizo, aunque no sin calzarse antes un par de galochas de madera.
-¿Cuánto quieres por esa cazuela? -preguntó.
-Diez besos de la Princesa -respondió el porquerizo.
-¡Dios nos guarde! -exclamó la dama.
-No aceptaré menos.
-Bien, ¿cuánto dijo? -inquirió la Princesa un momento después.
-En realidad no puedo decirlo -fue la respuesta de la dama-. ¡Es algo tan chocante!...
-Entonces, susúrralo.
Y la dama lo susurró.