-¡Si se tratase de un gatito! -exclamó. Pero el cofre que abrió contenía la exquisita rosa.
-¡Qué rosa encantadora! -dijeron todas las damas de honor.
-Es más que encantadora -aprobó el Emperador-. Está muy bien hecha.
Pero cuando la Princesa tocó la flor, estuvo a punto de llorar.
-¡Ay, papá! -exclamó-. ¡No está hecha! ¡No es sino una flor natural!
-¡Ay! -repitieron las damas de honor-. ¡No es sino una flor natural!
-Bueno -dijo el Emperador-. Veamos lo que hay en el otro estuche, antes de enojarnos.
Abrieron el segundo cofrecillo, y salió el ruiseñor. Cantaba tan exquisitamente que nadie tuvo nada que decir contra él.
-¡Superbe! ¡Charmant! -comentaron las damas, todas las cuales chapurreaban francés, una peor que la otra.
-¡Cómo recuerda este
pájaro la cajita de música de nuestra llorada Emperatriz!
--comentó un cortesano viejo-. Sí; son los mismos tonos; la misma
perfecta ejecución.
-Así es -aprobó el Emperador, llorando como un niño.
-Difícilmente podría pensarse que se tratara de un pájaro natural -dijo la Princesa.