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SABER ESCUCHAR
Cuando la palabra se queda vacía de contenido porque
importa más el decir que el qué decir, las voces de los otros se convierten en
ruidos amorfos que no se sabe ni de dónde vienen ni a dónde van.
El
miedo a la incomunicación es comparable a la experiencia del abismo, donde el
vacío que se abre debajo de los pies o nos empuja a tirarnos hacia delante, o a
salir huyendo porque la profundidad y la sensación de perder pie se hace
insoportable. El silencio asusta. No sabemos quedarnos callados. Las palabras
sin sentido son el refugio natural de los que no saben estar solos y no saben
escuchar, porque lo que verdaderamente les importa es hablar y hablar sin cesar
hasta volverse tan cansinos que no hay Dios que les aguante.
Saber callarse a tiempo es
cosa de sabios. Ese el primer paso para aprender a escuchar. Quien no sabe vivir
en soledad no sabe vivir en sociedad. Antes de la comunicación existe la virtud
del silencio -que también es comunicación- y después la escucha que es la
disposición interior necesaria para ponerse a tiro de los demás. La palabra es
tan gratuita que no debe imponerse, se reclama en el encuentro amoroso -sea del
tipo que sea- de dos libertades que se encuentran en el regalo de la donación
generosa. A veces el silencio es el dolor del respeto por aquel que se atribuye
el derecho a irrumpir sin permiso en el espacio vital de la independencia
individual.
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de Fausto Antonio Ramírez
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