Sintió la señora Dashwood de manera tan aguda este descortés
proceder, y tan intenso desdén hacia su nuera le produjo, que a la llegada de
esta última habría abandonado la casa para siempre de no haber sido porque,
primero, la súplica de su hija mayor la llevó a reflexionar sobre la
conveniencia de hacerlo; y, más tarde, por el tierno amor que sentía por sus
tres hijas, que la decidió a quedarse y por ellas evitar una ruptura con el
hermano.
Elinor, esta hija mayor cuya recomendación había sido tan
eficaz, poseía una solidez de entendimiento y serenidad de juicio que la
calificaban, aunque con sólo diecinueve años, para aconsejar a su madre, y a
menudo le permitían contrarrestar, para beneficio de toda la familia, esa
vehemencia de espíritu en la señora Dashwood que tantas veces pudo llevarla a la
imprudencia. Era de gran corazón, de carácter afectuoso y sentimientos
profundos. Pero sabía cómo gobernarlos: algo que su madre todavía estaba por
aprender, y que una de sus hermanas había resuelto que nunca se le enseñara.
Las cualidades de Marianne estaban, en muchos aspectos, a la
par de las de Elinor. Tenía inteligencia y buen juicio, pero era vehemente en
todo; ni sus penas ni sus alegrías conocían la moderación. Era generosa, amable,
atrayente: era todo, menos prudente. La semejanza entre ella y su madre era
notable.
Preocupaba a Elinor la excesiva sensibilidad de su hermana, la
misma que la señora Dashwood valoraba y apreciaba. En las actuales
circunstancias, una a otra se incitaban a vivir su aflicción sin permitir que
amainara su violencia. Voluntariamente renovaban, buscaban, recreaban una y otra
vez la agonía de pesadumbre que las había abrumado en un comienzo. Se entregaban
por completo a su pena, buscando aumentar su desdicha en cada imagen capaz de
reflejarla, y decidieron jamás admitir consuelo en el futuro. También Elinor
estaba profundamente afligida, pero aún podía luchar, y esforzarse. Podía
consultar con su hermano, y recibir a su cuñada a su llegada y ofrecerle la
debida atención; y podía luchar por inducir a su madre a similares esfuerzos y
animarla a alcanzar semejante dominio sobre sí misma.
Margaret, la otra hermana, era una niña alegre y de buen
carácter, pero como ya había absorbido una buena dosis de las ideas románticas
de Marianne, sin poseer demasiado de su sensatez, a los trece años no prometía
igualar a sus hermanas mayores en posteriores etapas de su
vida.