En segundo lugar, puede cuestionarse el método de inferir la pertenencia a una clase social mediante las dimensiones es-tratificacionales mencionadas (poder, prestigio, riqueza, educación). Cuando se utiliza esta clasificación, se considera que son dimensiones independientes, de las cuales sólo la riqueza autoriza a deducir la pertenencia a una clase social. En nuestro trabajo, sin embargo, decidimos utilizar las cuatro como apoyos alternativos o simultáneos para inferir la misma pertenencia debido a la escasez de datos más concretos en la dimensión ``riqueza´´, salvo en los casos en que las informaciones acerca de esta última fueron amplios, como ocurre, por ejemplo, en Quiroga.
En sostenimiento de esta posición se puede aducir que poder-riqueza-prestigio se dan relativamente mancomunadas en la época que consideramos (1810) . En el virreinato, la pertenencia ala alta burocracia (el padre de Güemes, por ejemplo) garantiza la rápida acumulación de riqueza, tanto por casamiento (como ocurrió en ese caso), como por la posibilidad de incrementar las obvias ventajas del cargo. Como se sabe, la burocracia colonial fue la matriz del sistema de clases en la conquista, y esta capacidad, aunque disminuida, sólo se quebró definitivamente con la revolución. Además, el alto prestigio es un síntoma de pertenecer o haber pertenecido hasta muy recientemente a los estratos más elevados del sistema social.
En resumen, las dimensiones adoptadas permiten llenar claros de información en el proceso de inferencia y, allí donde hay datos relativamente completos, permite comprobar su coherencia indicativa. Esto, que es válido para el sistema de parentesco del caudillo (al menos para sus padres y abuelos), no lo es para él mismo. En parte, porque todos los caudillos. tuvieron, casi por definición, alto prestigio y poder, y en parte porque, desde el punto de vista metodológico, es menos admisible, después de 1810, la coherencia que hemos postulado. Hay indicios de que, precisamente, a partir de esa fecha, es posible hallar diferencias apreciables en el comportamiento de esas dimensiones, de modo que un mismo individuo puede asumir diferentes valores -más probablemente que antes de 1810 - en las clasificaciones. Desde luego, no existen datos suficientemente precisos como para afirmar la magnitud del fenómeno, pero es previsible que los reajustes políticos y económicos provocados por la revolución hayan creado fracturas entre las dimensiones, o hayan agrandado las preexistentes, sobre todo mediante la movilidad descendente.
Por último, la detección de movilidad intra o intergeneracional puede ser usada en nuestro estudio para ver si el liderazgo político del caudillo se apoya en una clase social diferente a la que era hegemónica hasta el momento de su ascenso. Si descubriéramos, por ejemplo, que los caudillos se ubican en los valores medios y bajos de los sistemas de estratificación elegidos (riqueza y educación), habría muchas razones para inferir que hay allí un traslado del ejercicio del poder (donde, junto con el prestigio más alto, tienen el más elevado rango), íntimamente relacionado con transformaciones en la estructura de clases. Si, por el contrario, la diferencia se da, antes que en estratos distintos, en roles ocupacionales sistemáticamente desviados respecto de una pauta anterior -aunque perteneciendo a una misma clase- hay que presumir la influencia causal de modificaciones institucionales y/o de un reacondicionamiento de sectores dentro de esa clase.