Entonces, ¿debemos abandonar nuestra hipótesis, tan duramente vapuleada? Creemos que no, a pesar de los hechos -antes que los argumentos expuestos. Si bien admitimos que no existe una explicación adecuada para la ruptura de la aparente relación precisada en la hipótesis, es claro que los datos suministrados para hacer visible esa ruptura incluyen como importante variable en la biografía de los líderes el grado de intelectualización. Así, no es probable que los miembros de las clases media o alta simpaticen o actúen con las clases populares; pero sí lo es que eso ocurra entre sus miembros más intelectualizados. Tampoco es probable que todos los intelectuales estén dispuestos a "representar" los intereses populares, pero sí lo es que eso ocurra entre aquellos menos profesionalizados y, por lo mismo, más propiamente "intelectuales". Y esto es fácilmente explicable: tienen menos compromisos con las estructuras existentes y, además, están sumamente insatisfechos con el lugar que ocupan en la sociedad, dada su marginalidad relativa. Obsérvese que la resistencia enconada de grupos intelectuales al sistema vigente capitalista, socialista u otros, aparece allí donde la coacción es inclusive muy intensa y donde, al mismo tiempo, constituyen una capa social privilegiada, como ocurre en la Unión Soviética. Es cierto que allí la mayoría de ellos -quizás la inmensa mayoría- mantiene un comportamiento curiosamente apolítico, pero es llamativo que, entre todos los grupos capaces de generar una protesta visible, sean los intelectuales los encargados de canalizarla.
De acuerdo con esta aproximación, postularíamos la hipótesis ad-hoc de que la indicada ruptura (desfasaje entre representatividad de clase y pertenencia de clase) sólo puede ser posible cuando la intelectualización constituye un rasgo saliente en la personalidad de los líderes. En términos de Merton, diríamos que los intelectuales pueden tener, más que otros grupos, un grupo de referencia político distinto del que correspondería a su grupo de pertenencia de clase.
El rasgo de la intelectualidad no aparece en el caso de los caudillos. Casi todos ellos son. empresarios y, en algunos casos, militares profesionales. Y si bien estuvieron sujetos a la influencia de los "doctores" -como acostumbra a entrecomillar despectivamente, y generalizando, José María Rosa -estos tuvieron actuación política subalterna. En una sociedad institucionalmente poco compleja -no para el análisis científico, sino para la acción práctica de los protagonistas- donde el proceso revolucionario disolvió las pautas de acción de los :grandes agrupamientos sociales coloniales, dejando a éstos librados a una lucha directa por el control social, las élites que en otras sociedades ofician de mediatizadoras o de intermediarios políticos no alcanzaron a formarse. Sólo en Buenos Aires, desde la revolución hasta la caída de Rivadavia, aparece una elite de extracción y formación burguesas que convive con los personeros de intereses directos de grupos. Pero termina con Rosas y no se reconstituirá hasta después de Caseros.
Por lo tanto, la relación establecida en la hipótesis inicial -que hay una congruencia sociológicamente significativa entre pertenencia y representatividad de clase, para la época considerada- es válida para los caudillos que actuaron entre 1810 y 1870.
2. La recolección de datos
El método de trabajo para detectar la pertenencia de los caudillos a determinados sistemas de estratos consistió en fichar sus biografías y en extraer de allí los datos relativos al origen social de sus antepasados -especialmente abuelos y padres- y las actividades del mismo caudillo en diferentes áreas institucionales (el poder, la economía, la milicia).