Pero esto constituye una mera descripción del fenómeno que hay que explicar. Además, a lo sumo serviría para individualizar al caso de excepción. Y estamos, en cambio, frente a un hecho generalizado, y por lo tanto estructural, que requiere la incorporación de nuevos conceptos e hipótesis. Por otra parte, y como prueba adicional de que se admitía implícitamente nuestra hipótesis, gran parte de los teóricos del movimiento obrero del siglo XIX esperaban que los líderes "verdaderos" de esa clase surgirían de ella misma mediante una concientización creciente de su papel histórico*. Es decir, pensaban -aunque rara vez lo explicitaran- que el equipo de líderes habría deformarse fundamentalmente en la clase obrera misma, como resultado necesario de su experiencia histórica, y que, por lo tanto, se establecería una estrecha relación entre el liderazgo y una de sus bases estructurales, el sistema de clases total.
Salvo en los sindicatos, donde la dirección está, necesariamente, en manos de obreros, o, mejor, de ex obreros, la esperanza no se ha cumplido. Dejando a un lado el hecho evidente de que, además, esos dirigentes no son revolucionarios, sino consecuentemente reformistas
-en contra de lo que también esperaban al menos, algunos de aquellos fundadores- en el plano de la actividad política ocupan un plano secundario. Y esto, paradójicamente, es más notable en los países denominados socialistas que en muchos países de base capitalista.
El líder político, sobre todo si es de inspiración "obrerista" -para decirlo con un término ampliamente genérico- procede casi siempre de la clase media intelectualizada. Nuestros universitarios radicalizados -entre los cuales se cuentan las más diversas corrientes políticas- aparecen como un admirable ejemplo de este fenómeno. La constancia, regularidad y aun profundidad que adquiere la participación de intelectuales "desclasados" -término insatisfactorio, pero, a falta de otro mejor, insustituible por ahora- en los movimientos de protesta o revolución debe tener una crucial importancia teórica y práctica. No es lo mismo que los "representantes de la clase obrera" sean obreros, que sean miembros de otras clases. Desde luego, no es que esté "mal" o "bien", "correcto" o "incorrecto". Pero es evidente que, desde un punto de vista genuinamente sociológico, el hecho -dada, insistimos, su recurrencia- debe llamar poderosamente la atención. No hay duda que ese desfasaje debe tener consecuencias capitales para una mejor estimación del comportamiento de los grupos implicados y, por lo tanto, para la interpretación teórica que la hace posible.