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A propósito de estas rejas, un periódico de aquellos tiempos, decía:

"Un artesano honrado que tiene estropeado el brazo derecho por una de las innumerables rejas de ventana que usurpan el paso en nuestras veredas; y una señorita bonita, que acaba de perder un ojo por la misma causa, van a presentarse, dicen, a la H. Junta para que, a más de obligar a sus dueños a pagar una multa fuerte por cada desgracia que originen, se imponga a cada una de estas ventanas una contribución anual, mientras subsistan en el estado presente.

"Es muy bien pensado; y no dudamos que la señorita, cuyos ojos eran muy capaces de hacerse justicia por sí solos, la conseguirá ciertamente de nuestros representantes." Esto sucedía allá por el año 22.

Estas rejas de hierro deben chocar al extranjero recién llegado, que las reputará, sin duda, más adecuadas para una penitenciaría, que para la residencia de hombres libres; no obstante, la construcción elegante de las rejas modernas, de formas y molduras caprichosas, bien pintadas y a nivel con la pared, ofrecen una vista que, hasta cierto punto, embellecen los edificios.

Por otra parte, por feas que ellas fuesen, prestaron aquellas rejas, en más de un sentido, buenos servicios; entre otros, el de poder dormir, como era muy común en aquellos años, con las ventanas abiertas en tiempo de verano; si bien es cierto que ni aun con rejas podían los amantes del aire fresco, verse libres de la astucia de los cacos. Entonces no había serenos ni vigilantes apostados en las esquinas, y aunque los robos eran infinitamente menos que en la actualidad, no dejaba de haber algunos.

Uno de los medios de efectuarlo era el siguiente: Armábanse de una larga caña, con un gancho o anzuelo en un extremo, que introducían por la reja, y con la mayor destreza, sustraían las ropas sin ser sentidos. No pocas veces, sin embargo, se han despertado los pacíficos habitantes a tiempo para ver salir balanceándose su reloj con cadena o su pantalón, en la punta de una caña.

Excusamos detenernos a hablar del prodigioso adelanto que se observa, no solo en la elegancia, sino en el gran número de construcciones modernas; no obstante, nuestras casas, aun en el día, y a pesar del magnífico aspecto de muchas de ellas, fuerza es confesarlo, están, en general, lejos de ofrecer el confort de la gran mayoría de las europeas.

 
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de José Antonio Wilde

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