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En los primeros días de mayo de 1823 se celebró remate por la policía para la limpieza de las casas y calles, entregándole a don Manuel Irigoyen 30 carros nuevos y 60 mulas. La limpieza de las casas comprendía desde las Monjas Catalinas, por la Fábrica de Armas, plaza Lorea, Concepción y Residencia.

Desde aquella época hasta la fecha, nuestros lectores saben que se han hecho varias tentativas en sentido de mejorar las vías públicas; que se ha ensayado el asfalto, el macadam, el adoquinado, etc., y saben también, muy a su pesar, que el que actualmente existe, destructor de toda clase de vehículos, es el más vergonzoso, visto nuestro adelanto en todo sentido, y que no se toleraría en parte alguna del mundo, en un país en iguales condiciones.

Volviendo a las calles de aquellos tiempos, ya fuera de la época colonial y hasta hace no muchos años se veían aún en los puntos más centrales de la ciudad, inmensos pantanos: a veces ocupaban cuadras enteras. No era raro, pues, ver a un médico dejar su caballo (entonces no andaban los médicos en carruaje) en una bocacalle y caminar una cuadra o más, hasta la casa de su cliente, por no lanzarse a caballo en ese mar de lodo,; y al pedestre obligado a rodear una o más manzanas para llegar a un punto dado, aprovechando al paso que algún vecino caritativo o algún pulpero interesado había improvisado, con el auxilio de unos cuantos ladrillos, pedazos d tabla, etc,.

Los pantanos se tapaban, hasta hace muy años, con las basuras que conducían los carros de la policía, que eran pequeños y tirados por una sola mula.

Estos depósitos de inmundicias, estos verdaderos focos de infección, producían, particularmente en verano, un olor insoportable, y atraían millares de moscas que invadían a todas horas las casas inmediatas.

Muchas veces se veían en los pantanos animales muertos, aun en nuestras calles más centrales, aumentando la corrupción. De los pantanos, desgraciadamente no nos vemos libres hasta la fecha; solo sí, ya no se ven en el centro, pero no faltan, aunque no tan profundos y extensos, en los suburbios.

Las casas, aunque en general sólidamente construidas, estaban muy lejos de ser confortables. Por muchos años se edificó en barro, siendo relativamente moderno el uso de la mezcla de cal; muchos revoques se hacían también con barro. En las paredes solo se empleaba el blanqueo, tanto al exterior como interiormente; la pintura al óleo y el empapelado casi no se conocían, y menos el cielo raso; los pisos eran generalmente de ladrillo, denominados de piso.

El uso de la estufa fuese introduciendo muy lentamente, pues parece que se miraba con terror; sin embargo, muchos buscaban refugio contra el frío en el brasero, mil veces más perjudicial que aquélla. Pero poco a poco se fue comprendiendo que la estufa es un medio excelente para producir una temperatura agradable en nuestras piezas, comúnmente húmedas, sin los incontestables inconvenientes del brasero.

Una cosa que afeaba mucho el exterior de las casas era las inmensas rejas voladas en las ventanas a la calle. Algunas sobresalían más de una cuarta de vara, lo que, agregado a la extremada estrechez de las veredas, que apenas tenían una vara de ancho, ponían en constante peligro al transeúnte, especialmente en las noches obscuras.

 
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de José Antonio Wilde

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