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Mi coincidencia con estos cuatro valerosos y hasta eruditos compañeros de viaje, tres de ellos conocidos desde hace mucho tiempo –Alecio, Pablo, Antonio– y el cuarto, Helrico, joven, valiente e instruido, a quien no había tenido ocasión de conocer, me revela las claves que podrían hacer posible la debida amplitud de mi pretendida crónica: Esta noche, durante la cena, les he expresado mis intenciones de componer un amplio memorial, con mis propias aportaciones y las de cada uno de ellos. Todos han manifestado su entusiasmo y su deseo de aportar sus particulares vivencias. Pablo me ha dicho que, durante el viaje por el Nilo, ha ido tomando amplias notas sobre los acontecimientos e impresiones. Que así como las crónicas de todos nosotros las ofreceremos relatadas, al parecer, en primera persona, estas impresiones de nuestro viaje en común procurará, cuando pueda, redactarlas de forma más impersonal... “esperando haber sido fiel a lo ocurrido y, en cualquier caso –dice–, aquí estamos los participantes para enmendar lo que haya que corregir”. He escrito que no había conocido antes a Helrico. Y es verdad. Pero mantuve una no por breve menor buena relación con su padre, Alecio, que me habló de él. Celebro que Alecio haya permanecido en Alejandría tras la marcha de Eutropio. Seremos unos “magníficos” cinco colaboradores en el mejor resultado de los objetivos del memorial. ¿Qué estructura daré a la crónica? He reflexionado sobre ello y he llegado a la conclusión de que deberé simultanear mis propias vivencias con los testimonios que mis compañeros se avengan a darme de sus particulares peripecias. Si de todo ello se deriva un mosaico poco armónico, deberé imputarlo a mi falta de cualidades organizativas. El posible futuro lector, si algo de este memorial llega a los incisivos ojos de alguien, en algún momento, podrá, con su buena voluntad, discernir en el delta de mi relato lo que son brazos adventicios de lo que es el río madre. En el curso de estos últimos tres días, he venido recibiendo las crónicas de mis compañeros. Algunos me han prometido corregirlos o aumentarlos si logran recordar con mayor precisión o extensión sus vivencias. Las he recibido con la mayor complacencia; y las someteré a mi más escrupulosa y atenta lectura para darles, en el contexto de mi pretendido memorial, el más preciso lugar que les corresponda. Y así y ahora, en esta mañana del tres de Febrero del 394, comienza mi memorial con el relato de mi propia crónica personal: Los rasgos de la Gran Historia y el pequeño mundo de los intrascendentes capítulos de un oscuro soldado. Son los capítulos que también conforman la gran avenida de la Historia, como pequeños pajes al servicio de magníficos señores.
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Consiga Ática es mi nombre de Joaquín Muñoz Romero en esta página.
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