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Primera Parte El Memorial de Alaertes I
Tras el regreso de nuestra expedición a la Tebaida, con Antonio, Pablo, Helrico y yo mismo, deberemos dejar Alejandría en pocos días, tal vez una semana. Hoy mismo, ha partido para Constantinopla el Canciller Real, el eunuco Eutropio. Ha quedado con nosotros Alecio, padre de Helrico, quien sirvió de oficial a las órdenes de Eutropio mientras nosotros cuatro llevábamos a cabo la misión encomendada, en la ribera occidental del Nilo, frente a Luxor. Los finales de enero en Alejandría, cargados de humedad, se presentan fríos. Y es notorio que, a medida que crucemos el Mare Nostrum, desembarquemos en Éfeso, sigamos hacia el norte por Lydia, Mesia, Bitinia..., crucemos el Bósforo... no resultarán más benignos el frío y la humedad. Las vivencias con mis compañeros habían sido verdaderamente interesantes. ¡Cómo compendiaban la grandeza del Imperio! Seres de tan distintos territorios, a lo largo de tantos siglos antagónicos, unidos por un código común de obediencia al Emperador y a la Gran Patria Romana. En el descanso de esta tarde hermosa en el palacio del gobernador, subprefecto de Egipto, me ha asaltado una como urgencia por dejar constancia escrita del memorial de mi vida y, a través de ella, ¡tan sin importancia!, de los mayores hechos de mi época, festoneados por la pequeña historia íntima de aquellos otros, que la premura y ampulosidad de los historiadores desechan recoger en sus sabias crónicas. El limitado ámbito en el que un soldado, palatino o de campaña, se desenvuelve, le niega el poder penetrar en los espacios en que los grandes protagonistas de su tiempo han vivido, y coadyuvado a conformar el devenir de nuestro Imperio... hacia no sabemos dónde.
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Consiga Ática es mi nombre de Joaquín Muñoz Romero en esta página.
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