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Mire Juan -le dije al portero-: al primero que venga aquí con árboles, con bronces o con vasijas de loza, péguele un balazo. Ya no hay donde poner nada. Para pasar de una pieza a otra es necesario volar. Uno de mis amigos, muy aficionado a los adornos, ha tenido que alquilar una barraca para depositar sus estatuas y sus cuadros. Yo tengo una estatua de la caridad que es el terror de cuantos me visitan; no sé qué arte tiene para hacer que tropiecen con ella. En casa de otro amigo se perdió hace poco una criatura que había ido con su mamá. Cuando ésta quiso retirarse se buscó al niño en todas partes sin hallarlo; al fin se oyó un llanto lastimero que parecía venir del techo y voces que decían: ¡aquí estoy! ¡aquí estoy! El pobre niño se había metido en un rincón del que no podía salir porque le cerraban el paso un chifonier, dos biombos, una ánfora de no sé donde, los doce Pares de Francia, ocho caballeros cruzados, un camello y Demóstenes de tamaño natural, en zinc bronceado.

¡Vaya usted a limpiar una casa así! Lo primero que se me ocurre al entrar a un salón moderno es pensar en un buen remate o en un terremoto que simplifique la vida.

Tengo intención de pasar aquí una temporada, y estaría del todo contento si no fuera la espantosa expectativa de volver a mi bazar. Algunas noches sueño con mis estatuas y creo que, sabiendo ellas el odio que les tengo, me pagan en la misma moneda y me atacan en mi cama. Hasta he pensado alguna vez en fingirme loco y arrojar a la calle por la ventana los bustos de los hombres más célebres, los cuadros, las macetas, las arañas y los espejos. En fin, tengo un consuelo: no ocurre casamiento, cumpleaños o bautismo en casa de amigos, que no me proporcione el placer de soltarle al beneficiado algún león de alabastro, un oso de bronce o los gladiadores de hierro antiguo. ¡A incomodar a otra parte y allá se las avenga el novio, el bautizado o el que festeja un aniversario!

Excuso decirte que cuando un sirviente torpe echa abajo un armario lleno de loza y cristales, no quepo en mi de contento.

Escríbeme pronto y no te olvides de comunicarme en el acto, si por acaso quiebra la casa de Lacoste o la de algún otro bandolero de su estirpe.

Te recomiendo, además, que si puedes hacerme robar durante mi ausencia algunos pedestales con sus correspondientes bustos, varios cuadros y todos los muebles de mi escritorio, no dejes de hacerlo.

Sobre todo, por favor, hazme sustraer las palmeras que obstruyen los pasadizos y el alisum espinosum que está en la puerta del comedor y al cual profeso la más corrosiva ojeriza.

En el último caso puedes recurrir al incendio. ¡Te autorizo!

Tu amigo,

BALDOMERO TAPIOCA

P. D. Si el día 1° de Año me mandan tarjetas de felicitación, cartas o telegramas, toma todo ello del escritorio, haz un paquete y mándalo a Francia, dirigido al presidente Carnot, con una carta insultante, diciéndole que su nación tiene la culpa de que, a más de todas las mortificaciones criollas que soportamos, tengamos todavía que aguantar la moda francesa de las felicitaciones del año nuevo.

1888 Vale

 

canalla! -gritó con asco, haciéndose atrás y alejando de sí a Pasha con manos temblorosas-. Quería ponerse de rodillas... ¿ante quién? ¡Ante ti! ¡Oh, Dios mío!

Se vistió rápidamente y con un gesto de repugnancia, tratando de mantenerse alejado de Pasha, se dirigió a la puerta y desapareció.

Pasha se tumbó en la cama y rompió en sonoros sollozos. Sentía ya haberse desprendido de sus joyas, que había entregado en un arrebato, y se creía ofendida. Recordó que tres años antes un mercader la había golpeado sin razón alguna, y su llanto se hizo aún más desesperado.

 

FIN

 
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